martes, 13 de marzo de 2012


LOS SUBPRODUCTOS DE LA TEORÍA DE LA MENTE

Bering en The Belief Instinct (2011) sostiene que la  creencia en la otra vida; la búsqueda de sentido; la atención a los signos o coincidencias significativas, la idea de Dios, y, en general, todo tipo de creencias ilógicas no serían más que un subproducto inevitable de la teoría de la mente (TM) forjada en los primeros años de nuestra vida. Esas creencias, por tanto, no serían un derivado de la enseñanza religiosa ni de la influencia sociocultural sobre los sujetos sino una consecuencia de la TM.
(La TM sólo nos permitiría manejar como mucho siete órdenes de estados mentales. La mayoría de las personas no pueden ir más allá de cuatro.)
Según Bering (2011) muchas personas que declaran tener creencias “extinguistas” (la personalidad cesa cuando muere el cuerpo) también dan respuestas de continuidad psicológica. El 32% de ellos tenían un razonamiento oculto de que la persona sobrevive a la muerte. Otro 36 % de ellos consideraba que los muertos tienen estados mentales que les permiten recordar, creer o saber (que estaban muertos, por ejemplo.)
Ser consciente, por tanto, de que las creencias sobrenaturales son ilusorias no sirve de mucho. Al parecer se libra una batalla tremenda entre el ateismo teórico y la creencia atea práctica o emocional.
Para empezar, los niños pequeños razonan sobre la mente preexistente igual que sobre la mente en el más allá. Los niños de entre 3 y 5 años razonan en términos de continuidad psicológica, aunque sepan que los muertos no necesitan ni comer ni beber.  Y aunque saben que el cerebro ya no funciona. No obstante todos esos conocimientos biológicos, siguen atribuyendo pensamientos y emociones a los muertos. Desde muy temprana edad los niños saben que los muertos no resucitan. Pero desde muy pequeños, mediante su TM dotan a los muertos de funciones psicológicas.
La cultura desarrollaría los elementos básicos psicológicos innatos (TM). La religión es posible porque nuestra TM genera ilusiones. Estas creencias ilusorias más que inculcadas por la religión son la fuente de la que nace ésta. Los niños pequeños creen que ciertas capacidades mentales sobreviven a la muerte. Están preparados de manera natural para aceptar el concepto de otra vida porque se adecua a sus propias intuiciones sobre la continuidad de la mente después de la muerte.
Por otra parte, se ha observado en estudiantes universitarios patentes contradicciones entre las creencias sobre el cielo y el razonamiento práctico sobre las almas que moran en él de las que ellos no parecen tomar nota.
Todo esto explicaría la persistencia de la idea extravagante de que la vida mental pueda existir independientemente del cerebro y que personas inteligentes, cuerdas y cultas la mantengan. El siguiente silogismo requiere, al parecer, un esfuerzo intelectual considerable: La mente es lo que hace el cerebro; cuando se produce la muerte, el cerebro deja de funcionar; por tanto, la sensación subjetiva de que la mente perdura tras la muerte es una ilusión psicológica que tiene lugar en el cerebro de los vivos. Es inútil: las creencias ilusorias siempre se acaban imponiendo.
Según Bering, pues, la TM es la causante de (1) las ilusiones de finalidad y destino; (2) la ilusión de encontrar en este mundo natural mensajes cifrados de otro mundo sobrenatural y (3) la ilusión de que la vida mental perdura tras la muerte neurológica completa.
¿Cómo se concilia todas estas creencias con el hecho de que a las personas buenas les pasan cosas malas? ¿Cómo se concilian esas ilusiones dadoras de sentido con los hechos carentes de sentido? Bering considera --junto con diversos investigadores del fenómeno-- que el sufrimiento humano y Dios van de la mano. El sufrimiento y la fe en Dios guardan una gran correlación, incluso después de ajustar factores correctores como ingresos y educación. Hay un impulso esclarecedor innato, un impulso a buscar explicaciones en términos de cauda y efecto.
¿Dónde está la explicación última de todo este comportamiento? La selección natural. Al parecer habría habido ventajas evolutivas para la supervivencia de la especie en el mantenimiento y consolidación de la TM. Todo lo demás, lo que viene tras ellas no serían sino subproductos de esta ventaja adaptativa.
Observemos que la idea de Dios es recurrente. Incluso cuando se identifican las causas Dios no desaparece. Si hemos resuelto el cómo, ahora aparece el porqué. Además el razonamiento científico no es incompatible con el razonamiento supersticioso. El problema del significado de las cosas, de los acontecimientos, de todo en general, parece surgir instintivamente. Se sigue produciendo una coexistencia habitual entre las explicaciones de tipo sobrenatural y las biológicas o naturales. La búsqueda de sentido es insuperable. Según Bering, hemos desarrollado un potente conjunto de ilusiones cognitivas que nos impiden tener momentos continuos y sostenidos de claridad. Muchas personas ateas, sin darse cuenta, perciben finalidades intrínsecas en los sucesos de la vida, en su propia vida aunque consideren que la vida es algo carente de sentido. Aunque niegan a Dios creen en el destino, en las coincidencias significativas. Hay en personas declaradas ateas una  tendencia encubierta a creer. Heywood (alumna de doctorado de Bering) observó que 2/3 de los ateos de su tesis dieron al menos una respuesta que delata su idea implícita de que “todo sucede por algo”.  A la hora de atribuir alguna finalidad o razón intrínseca a acontecimientos trascendentales o cruciales la diferencia entre ateos y creyentes es desdeñable. Los ateos reconocen haberse sorprendido a sí mismos  pensando en términos sobrenaturales pero  intentan corregir, cuando lo hacen, esa propensión subjetiva que viola sus creencias explícitas lógicas.
(Hay que tener en cuenta que personas autistas (religiosas) no conciben la idea de significado en sucesos fortuitos. Y son incapaces de ver ningún patrón de coincidencias porque por definición “las coincidencias no siguen ningún patrón”.)
Bering confiesa que el ateísmo es un amordazamiento verbal de Dios (una decisión consciente, tomada con carácter ejecutivo, de rechazar las propias intuiciones sobre una mente superior anónima implicada en nuestros asuntos personales) y no un verdadero exorcismo cognitivo. El pensamiento puede reprimirse con tal rapidez que ni siquiera nos damos cuenta de que se ha producido, pero el recurso del ateo a cierta mente justa y razonable parece, más bien, un reflejo psicológico irreprimible.
Bering insiste en que Dios nació de la TM, pero que la Naturaleza lo parió por razones egoístas. Los dioses principales poseen un profundo conocimiento de las personas como individuos únicos. Una de las consecuencias inevitables de pensar en Dios es una sensación acentuada, casi invasiva, de individuación. Pensar en Dios produce un gran aumento de la conciencia de uno mismo. Creer en el destino, ver señales en sucesos naturales, creer en la inmortalidad, la idea de que las desgracias responden a un plan divino… todas estas cosas se habrían fusionado, según Bering,  de manera significativa en el cerebro humano y habrían formado un conjunto de procesos psicológicos funcionales. Y enormemente adaptativos: el pensar que nuestras acciones son observadas por alguien o algo sobrenatural frustra impulsos destructivos y abre la vía para el éxito reproductor. La inhibición de ciertas conductas conlleva mejoras sociales. El espejismo de Dios, engendrado por nuestra TM, fue una conquista evolutiva de la que no nos podemos desembarazar aunque sepamos que es una trampa evolutiva o un mero subproducto de una adaptación básica. Efectivamente, el razonamiento sobrenatural ayudaría a reprimir la conducta impulsiva.
La adaptación producida por la selección natural, según Bering,  se produce en los procesos psicológicos de base cerebral. Son los potentes procesos psicológicos que nos llevan a pensar que hemos sido creados con una finalidad propia, que los sucesos naturales portan mensajes cifrados de un mundo sobrenatural y que nuestra existencia está conectada moralmente con la totalidad del universo y no termina. Cree Bering que estas ilusiones tuvieron que ser muy convincentes antes de que surgieran las ideas religiosas complejas. Es verdad que la idea de un Dios que nos ha creado intencionadamente como personas, que quiere que nos comportemos bien, que nos observa y conoce a fondo, nos comunica su voluntad y nos promete la reunión final con Él tras la muerte, es muy convincente para la mayoría de nosotros.
Todo eso, según Bering, nos hace más viables como especie. Pero la selección natural pretende tan sólo la supervivencia y la reproducción. Al parecer, la selección natural no tiene una finalidad determinada, es impersonal, no persigue ni la verdad, ni el bien, ni la belleza. No sabemos quién ni cómo la ha puesto allí. Tampoco sabemos cómo tiene tanto poder. No sabemos si es una ley necesaria o contingente. Al parecer se guía por el azar pero ella misma no sería azarosa o sí. No lo sabemos. Tampoco sabemos si sigue actuando hoy sobre la especie humana. Se parece a las ideas metafísicas que explican todo menos a sí mismas.
Según Bering, la selección natural haría muy improbable la existencia de una realidad sobrenatural, que, según él, es un mero subproducto de la TM. La ilusión cognitiva de un Dios omnipresente favoreció nuestros genes – no Él mismo--. Razón suficiente para mantener viva la ilusión en el cerebro humano. De hecho, la ilusión es tan convincente que nos negamos a admitir que es una ilusión. No se sabe si también por la influencia de la propia selección natural, que por lo que parece es el colmo de la paradoja, la retorsión, la circularidad, la petición de principio y la contradicción.
La selección natural da más miedo que Dios. Éste por lo menos premia a los buenos.