martes, 20 de agosto de 2013

Inseguridades, dudas, indefiniciones, pocas certezas...

A mi me afectan mucho los pequeños detalles. Y llevo observando, últimamente, algunos pequeños detalles que me conturban poderosamente.

Es el caso del médico que tiene que hacer la autopsia de un cadáver -fallecido en un terrible atentado- y comprueba, aterrorizado, que la mujer tenía todo sus órganos vitales invadidos por el cáncer.  Y no sabe si  decirles a la familia que, aunque no hubiera fallecido en el atentado, lo hubiera hecho -con terribles dolores- en muy poco tiempo. O si, por el contrario, ocultar la información. A mi me parece un dilema mortal y cuando me lo contó me estremecí.
O el caso del científico que está a punto de resolver un problema de una envergadura histórica, al que ha dedicado 30 o 40 años, pero le falta un pequeño detalle con el que él sólo no puede. Y sabe, positivamente, que en cuanto comunique sus decisivos y geniales pero insuficientes avances, tiburones al acecho en las redacciones de las mejores revistas científicas, se los robarán. Y le despojarán sin escrúpulos de su trabajo.
Y qué decir del abnegado sacerdote de una parroquia de uno de los arrabales de cualquiera periferia, que sabe que las experiencias sobrenaturales que la vidente comunica, son un fraude mayúsculo pero mucha gente la cree y al creerla se producen milagrosas curaciones, poderosas transformaciones...

Pero también en el campo de las ciencias experimentales, en este caso, de la química me entero de hechos sorprendentes: por ejemplo, he leído un estudio histórico sobre la tabla periódica de los elementos. El autor -enormemente versado en el tema- da a entender, que no hay una tabla óptima con la que todos los teóricos estén de acuerdo. Por el contrario, hay muchas posibles y diferentes tablas periódicas. Y, sobre  todo, no están de acuerdo en lo principal, a saber: si la tabla es un descubrimiento o si es una construcción de la mente humana. Parece ser que nunca habrá una tabla óptima y perfecta. (Hay detalles indecidibles.)
También he leído un artículo de física donde los autores muestran -matemáticamente- que tanto el modelo heliocéntrico cuanto el de Ticho Brahe predicen y explican igualmente bien el paralaje estelar. Ya sé que desde 1931 se conocen proposiciones formalmente indecidibles, pero en el campo de la lógica, de las matemáticas y de la metamatemática. ¿Nos estaremos acercando al conocimiento -y establecimiento- de proposiciones indecidibles en el campo de los hechos empíricos también? Sería un cambio como no lo ha conocido la historia del conocimiento hasta el momento.
Por no hablar de ese Nobel de economía francés -pero aficionado a la astronomía- que descubrió un efecto sobre el péndulo de Foucault durante un eclipse solar que todavía no ha podido ser explicado. Aquí el detalle está en que a un economista -que como tal alcanzará la gloria- se le ocurriera indagar en los efectos de los eclipses solares sobre los péndulos. ¿No es asombroso?

Por otra parte veo que la resistencia de la burocracia científica a la aceptación de hechos para los que no hay posible explicación está decayendo. Es el caso de las experiencias cercanas a la muerte. Ya me resultó casi milagroso que The Lancet aceptara publicar la investigación de van Lommel sin censuras previas. Pero es que ahora me entero de que la revista científica PNAS ha publicado un artículo sobre experiencias cercanas a la muerte, pero en ratas de laboratorio. (No lo he podido leer y sólo conozco el abstract.)  Eso supone que el establecimiento científico acepta el hecho repetidamente verificado de experiencias mentales en ausencia de actividad cerebral. Y eso es lo raro: la mente humana rechaza todo aquello que no puede asimilar, explicar o enmarcar. Por primera vez se estaría produciendo el fenómeno contrario: aceptar algo para lo que no se tiene una explicación. Lo considero un pequeño detalle de proporciones imprevisibles.

Todo ello se mezcla con experiencias personales y subjetivas. Volver a Mallorca, pongamos, después de más de 30 años y encontrar pequeños pero sutiles cambios en los lugares secretos, amorosamente custodiados en la memoria y que sólo comunicas a quien quieres. Un Puig, una cueva sagrada, un pequeño museo, una determinada cafetería en un determinado paseo, una cala prohibida para los turistas, una calle escondida, un santuario, un sendero de pinos o un determinad atardecer...

Otra cosa que me maravilla es que después de haberse publicado tantos libros sobre los campos de concentración y sobre el gulag toda siga igual.  Ya nadie puede alegar ignorancia. Me asombra el poco -o ningún- asombro que produce. Pero si ahí está concentrado todo el mal posible. Si eso es, precisamente, lo que hay que redimir. Sobre lo que hay que pensar y meditar para convertirlo en el centro vital de toda Política.

Y vuelvo a leer después de veintitantos años Las Confesiones de Agustín de Hipona y vuelvo a encontrarlas arrebatadoras. Es un estricto contemporáneo nuestro. Nos podríamos entender perfectamente con él. Bueno, si no todos, al menos, los que somos sensibles a los aspectos o los que consideramos que en los pequeños detalles está la salvación.

ACI