Nota del editor.
La narración que publicamos en nuestra colección de autores desaparecidos pertenece a Iñigo Toledano. Fue encontrada sobre su mesa de trabajo por una de sus hijas el mismo día que falleció hace ahora más o menos 5 años. Indudablemente estamos ante una obra inacabada pero con el suficiente atractivo como para interesar a lectores que consideran que los textos incompletos también son dignos de ser conocidos y gozados aunque no sea más que por las posibilidades enterradas que contienen. Quizás convenga, en primer lugar, trazar alguna breve semblanza biográfica de nuestro autor. Iñigo Toledano fue profesor de Lógica Formal hasta los 35 años. Estaba considerado por sus colegas como un investigador muy bien preparado y como un excelente profesor. Sin embargo, un intento fallido de obtener la habilitación le llevó a replantearse su futuro profesional, y, por lo que podemos deducir de la lectura del manuscrito inacabado, también su vida personal. En el relato que su hija encontró sobre la mesa, escrito a mano y con numerosas tachaduras, podemos encontrar numerosas claves que nos pueden ayudar a comprender los últimos años de su vida. Desengañado sobre sus posibilidades de encontrar una teoría sólida sobre la que asentar el análisis lógico de los procedimientos de deducción formales, y una vez consumado su fracaso académico, se enfrentó a un profundo análisis de toda su vida, lo que le llevó a replantearse los fundamentos de su existencia. Aunque la narración no es estrictamente autobiográfica, contiene numerosos elementos personales, levemente modificados, que nos llevan a pensar que lo que intentaba al escribirlo, era trazar las líneas maestras de su evolución vital. En ella aparecen reflexiones no sólo de índole intelectual o filosófica, sino también estéticas, religiosas, sociales y, por supuesto, afectivas. En conjunto, puede decirse que el personaje de la narración busca denodadamente una base firme sobre la que construir su vida, y que es en la imposibilidad de encontrar tal base sólida, y en la serena aceptación de su imposibilidad, donde parece encontrar, finalmente, cierta paz. En el origen de todo este proceso de transformación interior parece hallarse un grave conflicto, que no queda totalmente explícito en ningún momento del borrador, y, que va más allá de la anécdota del mero fracaso académico, afectando a lo más íntimo del yo y que provoca en el sujeto -personaje/autor- la activación de todos los recursos somáticos de los que es capaz, tanto los psicológicos como los puramente anímicos. La crisis también dará lugar al descubrimiento del papel que el infinito tiene en la moderna reflexión epistemológica, y al que Ignacio Toledano dedicó la obra por la que es más conocido: Acerca de la idea de infinito. Pensamos que con la publicación de este inédito acercamos al lector un poco más, a la comprensión de los entresijos de la vida de una persona que nunca quiso darse como definitivamente concluida.
La conferenciante había planteado una pregunta insólita: ¿qué ocurre cuando alguien en su juventud no ha definido un proyecto vital y suplanta éste con la vivencia de una relación amorosa cuyo fin se encuentra en la propia relación?
Entonces, se recostó sobre sus sueños, y, su memoria empezó a fluir libremente entre el susurro dulce y lejano de las palabras de la conferenciante…
(Cuando se es joven se elige atendiendo a los aspectos figurativos, superficiales, estético-formales… de las cosas. Justo lo más peligroso. Pero quién es sabio antes de tiempo…
Cuando compró Una pena en observación, sólo por el crédito que le merecía la traductora, no conocía a su autor. Pocas veces había leído algo que le cautivara y conmoviera tanto. En ese libro se reunían muchas de sus aspiraciones: por ejemplo, la radicalidad del amor y la reflexión sobre el amor de orden superior que conlleva.
En aquel tiempo se resistía, todavía vivía Ana, a reconocer que lo que comenzó como una relación sin perspectivas, planteada en el momento presente, como si el instante primero fuese a ser eterno, se había transformado, finalmente, en una relación autoimpuesta. Tardó en reconocer que, en el fondo, para qué engañarse, lo que para él era lo más importante de la vida, el amor, lo había decidido de un modo irreflexivo, sin meditar sobre todas las consecuencias.
Ana acababa de morir pero hacía tiempo que ella ya no representaba ninguna referencia en su vida. Cada uno había orientado ésta de forma distinta y hasta divergente. De modo que él no pudo experimentar ninguna experiencia semejante a la que se relata en Una pena en observación.
Y, sin embargo, la pérdida estaba siendo muy dolorosa. Todos los sentimientos de culpa, largamente sumergidos, rebrotaron de forma brutal. Llegó a pensar que perdería el control sobre el flujo de su conciencia y hasta la misma noción de sujeto único.
¿Ahora sería libre para intentar lo que ni siquiera se planteó a los 20 años? Imposible. Aunque conocía fidelidades a amantes muertos, en su caso no se trataba de eso.
La vergüenza y la culpa no lo dejaban vivir. Atenazaban lo que los expertos denominan la capacidad ejecutiva.
La opción estaba hecha: nada le movería a salir de sí. Reconcentraría sus tendencias volitivas sobre sí mismo. Al modo que recomienda en sus Meditaciones Marco Aurelio, el romano: “empieza a suplicar a los dioses acerca de estas cosas y verás. Este les pide: ¿cómo conseguiré acostarme con aquélla? Tú: ¿cómo dejar de desear acostarme con aquélla?”
En su caso la pena observada consistía en el dolor que le producía no padecerla. ¿Cómo explicar esa fidelidad al amor no realizado? Una fidelidad, pues, a lo que pudo o debió ser.
Solo, sin amor, como estaba, sin certeza alguna.
Pero hasta en los límites del amor más avasallador y arrebatador parece emerger otro amor más inefable.
Ningún amor muestra, al principio sus límites, tardan en aparecer, pero son consustanciales con él. El amor con límites es el rastro sobre el que el otro, el inabarcable, habitará.
Todo se hace por amor. O por el que fue o por el que pudo haber sido o podría ser. Fidelidad al amor, incluso al no cumplido.
La obra más preciada, la más costosa, la más difícil, se construye para poder ofrendarla a alguien. Por eso, si una vez que has concentrado tu vida en un punto, que has logrado rehacerte, que has tomado posesión de ti mismo… no tienes a quién ofrecer tanta lucha, para qué ha servido tanto esfuerzo.
Todo tiene sentido, o lo cobra, si es el amor quien lo inspira y si culmina en más amor. Así estamos hechos, de amor. Por eso cuando alguien ha conocido esa experiencia (no al modo místico, contemplativo, poético o religioso) sino de un modo concreto, visible, específico, cotidiano, material, táctil, visual, auditivo, gustativo, a cualquier y a toda hora, experiencia que solo la muerte puede erradicar, ya no quiere saber nada después. Ni hay olvido, ni hay consuelo, ni hay renovación. Hay dolor, pena y reflexión.
Muchos son los sucedáneos del amor: religión, sexo, dinero, narcisismo. Dominio, moralismo. Todos ideados para encubrir la experiencia más inabarcable de todas las posibles. La única que no está sujeta a paradoja alguna. La única que salva. La única que invita.)
Retornó sobre sí mismo. Se estaba yendo todo el mundo. Se levantó entumecido. Se despidieron rápidamente. Al día siguiente debería levantarse temprano para asistir a una reunión irrenunciable. Aquella noche tardó en dormirse, pues había luna llena y estaba solo.
Había luna llena y estaba solo.