martes, 4 de septiembre de 2012

Las rutinas de la razón


  • Escribe Juan Ramón Jiménez: "Viviendo yo en Moguer, a mis 28 años, Provincia de Huelva, me desperté una madrugada a las 4 en punto sobresaltado. Me levanté y fui a la alcoba de mi madre para decirle que yo había soñado que mi tío X que vivía en Huelva había muerto repentinamente. El sueño me conturbó de una manera estrañamente segura y yo le dije a mi madre que deberíamos salir en el coche para Huelva, hacia las seis de la mañana y estando preparándome para tomar el coche un telegrama urjente anunció la muerte de mi tío a la misma hora de mi sueño."
  • En el verano de 2012 un conjunto de árboles se han librado de arder en uno de los fuegos que ha asolado la comunidad valenciana. Tres han sido las reacciones de los expertos: a) negación, no hay árbol ignífugo; b) indiferencia, como no es una especie autóctona no nos afecta y c) hagamos un congreso para estudiar el caso pues viola nuestras creencias previas.
  • Allí donde una experta no ve restos de huesos humanos, otros expertos los ven con toda claridad. Se habla de error humano. Pero el caso es que la mente no percibe -de un modo directo o exento- los datos. La mente está condicionada por sesgos,  creencias, ideas y conceptos previos. La percepción no va por libre. Lo que no está preparada para ver no lo ve. A Darwin le extrañaba que sus profesores pasaran por alto -en las excursiones geológicas- datos que ponían en duda creencias históricas firmemente establecidas. Sencillamente no los veían. Ocurre continuamente. Para poder percibir en los restos óseos rasgos humanos el experto hubo de tener una hipótesis, conjetura o teoría anterior a la observación de los propios datos. Sólo así pudo ver en lo borroso, indeterminado, inaudito o confuso. ¿De dónde viene esa abducción?
  • Se sabe desde tiempos inmemoriales que todos y cada unos de los seres humanos -todos los días de su vida- están expuestos, al menos una vez, a una experiencia que viola todas las expectativas propias. ¿Por qué nos pasan inadvertidas? Si fuéramos capaces, todos los días, de abrir nuestra mente de modo que fuera capaz de guiar a nuestra percepción hacia lo inesperado, incomprensible o lo real imposible...
  • Probad a observar una puesta de sol desde los Montes de Francia, por ejemplo, así lo hacía Unamuno, alternativamente como Tolomeo o como Copérnico. ¿Se  ve -exactamente- lo mismo?
  • Pensémoslo bien: todos los días, al menos una vez, se nos muestra la belleza eterna y -qué tristeza- no somos capaces de extasiarnos en ella.
  • Si llegáramos a cambiar esta penosa rutina de no ver lo que tenemos ante nosotros la manipulación política -entre otras cosas- se haría imposible.