miércoles, 29 de julio de 2015

La vuelta al Paraíso

En La nube del no-saber, capítulo 67, se puede leer " .. sí, tú y Dios sois tan uno que tú (y todo verdadero contemplativo) puedes ser llamado divino en un sentido verdadero". ¿Por qué y de dónde vienen aquéllas dificultades? Algo fuertemente reprimido, quizás, lo más reprimido de todo: el hombre prefiere concebirse como animal o máquina antes que como divino. Será difícil que llegue a aceptar que está en un proceso de divinización, pero que ya es divino, no en un cierto sentido, sino en un sentido crucial y verdadero, aunque toda su naturaleza no haya sido todavía divinizada.
Veamos lo que dicen, al respecto, los libros sagrados. Por ejemplo, el salmo 82 (81), versículo 6, dice: "Yo declaro: Aunque seáis dioses e hijos del Altísimo todos". Es una de las pocas declaraciones explícitas que pueden encontrarse sobre nuestra naturaleza divina. Es curioso que en Juan 10, 34-35 Jesús retoma esta declaración confirmándola con toda su autoridad: "Jesús les replicó: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo que sois dioses. Pues si llama dioses a los que recibieron un nombramiento divino, y esta frase de la Escritura no se puede anular".
Aquí surge la duda crucial: ¿es peligroso que el hombre se considere dios? ¿Es esa su gran tentación? ¿Es esa la gran falsedad? ¿No es, precisamente, el argumento que utilizó la serpiente y que ocasionó la expulsión del paraíso?: "Lo que pasa es que sabe Dios que, en cuanto comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, versados en el bien y el mal" (Génesis 3, 5).
No dice, pues, que lo son (Dios) sino que serán como Dios. Pero más adelante parece que el mismo Dios confirma el juicio de la serpiente: "Si el hombre es ya como uno de nosotros [extraño plural], versado en el bien y el mal, ahora sólo le falta echar mano al árbol de la vida, coger, comer y vivir para siempre" (Génesis, 3, 22).
¿Cuál es, entonces, el pecado del hombre? Kafka, en los aforismos de Zürau escribe algo estremecedor: "No somos pecadores sólo por haber comido del Árbol de la Ciencia, sino también porque aún no comemos los frutos del Árbol de la Vida. Pecador es el estado en que nos encontramos, independientemente de la culpa". ¿Y, bien, cuál es el árbol de la vida, del cual nos falta comer? ¿Cuál es nuestro pecado?
Yo creo que nuestro pecado es huir de nuestra naturaleza divina que se hace clamor en la persona y la vida de Jesús. Lo que él sea lo somos, realmente, nosotros también. Si el tiene una naturaleza humana y otra divina: nosotros, lo mismo, con él.
 En el Levítico 19,1 se dice: "Sed Santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy Santo". Y Pablo vuelve sobre el mismo asunto: "Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? ( ...) porque el templo de Dios es santo y este templo sois vosotros" (1 Corintios 16, 17).
O sea, que hay como un presentimiento de un cambio radical, de algo que está en ciernes, que debe cumplirse, pero que tarda en realizarse.
Hay dos citas al respecto enormemente elocuentes: "Los hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ve lo que vamos ser; pero sabemos que cuando Jesús se manifieste y lo veamos como es, seremos como él". (1 Juan 3,2)
¿Se hará realidad eso que ya somos? ¿Pero, ya lo somos? Pablo en su genialidad lo presiente: "De hecho, la humanidad otea impaciente aguardando a que se revele lo que es ser hijos de Dios" (Romanos, 8, 19).
Tenemos, pues, un problema de identidad. Parece que procedemos por evolución de otras especies anteriores (no tenemos por qué aceptar que sea por selección natural) pero que hemos devenido otra cosa que no sabemos muy bien qué sea. Algo difícil de aceptar: una naturaleza divina. Una realidad ambigua: "Hagamos a un hombre a nuestra imagen y semejanza. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó" (Génesis 1,26-27).
No sabemos lo que quiere decir imagen y semejanza. ¿Fue Jesús la autorrevelación del hombre como divino? ¿La autorrevelación de Dios como hombre? ¿En el límite, el hombre deviene Dios? ¿En el límite, Dios deviene hombre? ¿Por qué, entonces, estamos expulsados del paraíso?
Nuestro pecado, ahora, sería no volver, humildemente, allí. De su mano. Oigamos la invitación de Kafka, a través de Roberto Calasso (El esplendor velado): Hay una presencia permanente, invisible. Un obstáculo inmenso e insalvable nos impide percibirla. Este obstáculo es la expulsión del Paraíso en sí misma. La expulsión del Paraíso es un proceso eterno. Como lo indestructible, también el Paraíso puede permanecer escondido, puede ser invisible. "Es perfectamente imaginable que el esplendor de la vida esté dispuesto, siempre en toda plenitud, alrededor de cada uno, pero cubierto de un velo, en las profundidades, invisible, muy lejos. Sin embargo, está ahí, no hostil, no a disgusto, no sordo, viene si uno lo llama con la palabra correcta, por su nombre correcto. Es la esencia de la magia, que no crea, sino llama". "Oh hermoso instante, versión magistral, jardín salvaje. Doblas la esquina al salir de la casa y en el cammo del jardín te sale al encuentro la diosa de la Fortuna". 

¿Tiene el ser humano dificultades para reconocer la parte divina que hay en él?

Todo camino, aun el que más se aparta del verdadero camino, si se lo recorre hasta su límite, si se lleva hasta sus últimas consecuencias, conduce, finalmente, con sus propias herramientas y principios, a la manifestación de su propia insuficiencia e incapacidad para cumplir el programa que le dio origen.
Este es el momento en el que todos los caminos ensayados, fuera del verdadero camino, claman, gritan y proclaman su indigencia, menesterosidad, carencia, insuficiencia y escasez.

jueves, 23 de julio de 2015

Los paseos por la naturaleza reducen la rumiación de los pensamientos

Bratman, Hamilton, Hahn, Daily y Gross (PNAS, July 14, 2015, 112, 28, 8567-8572) han conseguido reducir la rumiación de los pensamientos en un grupo de 19 personas, simplemente, proponiéndoles un paseo por la naturaleza de 90 minutos. El grupo de control, también formado por 19 personas, que paseó por un medio urbano, también 90 minutos, no experimentó ninguna reducción en la rumiación de los pensamientos. La escala con la que midieron la rumiación consta de 12 ítems.
1. Mi atención se centra a menudo en aspectos de mí mismo que me gustaría detener.
2. Siempre me parece estar volviendo a “freir” en mi mente cosas recientes que he dicho
o hecho.
3. A veces es difícil para mí deshacerme de  pensamientos acerca de mí mismo.
4. Mucho después de una discusión o desacuerdo, mis pensamientos retornan a lo sucedido.
5. Tiendo a " rumiar " o a insistir sobre las cosas que me pasan mucho tiempo después de ocurridas.
6. No pierdo tiempo repensando cosas pasadas.
7. A menudo estoy juzgando de nuevo cómo actué en una situación pasada.
8. A menudo me encuentro a mí mismo volviendo a evaluar algo que he hecho.
9. Nunca rumio o me complazco en mí mismo durante mucho tiempo.
10. Es fácil para mí poner los pensamientos no deseados fuera de mi mente.
11. A menudo reflexiono sobre episodios de mi vida que no deberían preocuparme.
12. Dedico una gran cantidad de tiempo a pensar sobre momentos embarazosos o decepcionantes.


Además, tomaron medidas de la activación de una zona del cerebro (la corteza prefrontal subgenual) relacionada con la depresión, la tristeza y los pensamientos negativos. Pues bien, los que habían dado el paseo por la naturaleza experimentaron una reducción --claramente significativa-- en la actividad neuronal en esa parte del cerebro. Los que pasearon por la ciudad, en cambio, no vieron reducida la actividad neuronal de esa zona prefrontal. ¿Experimentar la naturaleza beneficia nuestro funcionamiento cognitivo y nuestro estado de ánimo? 

Carlos Germán Belli (Lima, 1927)

La discapacidad de mi hermano Alfonso y las limitaciones mías son seguramente secuelas del destino que nos ha tocado a cada cual, el norte que nos ha tocado en nuestro discurrir por la tierra. La situación de mi hermano me ha servido para encontrar mi destino, evidentemente como hermano, y el destino como escritor, pues he cultivado una y otra vez el tema del amor fraterno.
La divinidad ha estado siempre presente en mi vida. Desde muy joven he profesado esa fe religiosa, la cual se ha enriquecido, aumentado con el andar del tiempo. En este momento pienso que dentro del parnaso peruano yo me acerco, en cuanto a la presencia de la divinidad, a Vallejo. Creo que en el fondo es un poeta de fe religiosa. No sé si en “Poemas humanos”, pero sí en sus primeras obras. Igualmente, Martín Adán, que es un poeta de una generación anterior a la mía. Estoy al lado de ellos, no me encuentro solitario en cuanto a nuestra fe en lo sobrenatural. Y me estaba olvidando de Eguren, cuya devoción por el misterio es emblemática. No sé si lo que me ha llevado a esta devoción es el miedo de vivir o el miedo de morir, pero, sea lo que fuere, creo en un más allá.
Incluso a través de los sentidos se puede vislumbrar la divinidad, se puede vislumbrar lo sobrenatural. Eso nos lo señala el tantrismo, esa corriente religiosa, en su idea de la conjunción de la divinidad con el eros, con el amor. Es el amor lo que nos conduce a lo divino. En consecuencia es desde el plano sensorial hacia el mundo misterioso. ¿Ese pasaje lo realiza la poesía? Puede ser el amor, o puede ser la escritura poética.
La asunción del mundo mitológico grecolatino es a través de los poetas de los siglos de oro españoles. Un descubrimiento y una asimilación simple, de lector sencillo, y esta asimilación me lleva a buscar que los mitos a los que me acerco estén junto a las ideas religiosas del cristianismo, de la cultura judeocristiana. En este momento se me viene a la memoria un poema que he escrito en los últimos tiempos, dedicado a Higia, diosa de la salud. Una deidad griega que en el santoral cristiano, hasta donde tengo noticias, no tiene equivalente. Higia es una diosa específica de la salud humana. Entonces la asumí, la asimilé a mi imaginario. Comparto los mitos, de un modo simple, sencillo, los mitos grecolatinos con las ideas de nuestra cultura judeocristiana.

Siempre estoy pensando en el misterio, en el enigma. Creo que es un estímulo, una fuerza que me afinca en la página en blanco, en la escritura. El misterio es como un imán. Por ello mi identificación con Eguren, cuyo lema era: “Siempre a lo desconocido”, y por ello me identifico con él, en ese sentido de tratar de vislumbrar lo desconocido.