martes, 30 de marzo de 2021

Eclipse de Dios

 

Lo que caracteriza a nuestra época, que comienza en el siglo XVIII con el triunfo del pensamiento revolucionario y de las revoluciones, es la exclusión definitiva de Dios y de Jesucristo de la vida social, política y cultural de las sociedades.

(Si es posible su pervivencia en las vidas individuales habrá que verlo.)

De modo que el proyecto humano así forjado elimina a Dios de modo definitivo de todos los ámbitos: en las leyes, las organizaciones, las instituciones, la ciencia, el arte, el pensamiento. Decide su autodeterminación.

Esto es un suceso único en la historia.

No sabemos si eso es una decisión de las élites que se la impone a la inmensa mayoría, a la pura masa, o si la masa, por el contrario, es la verdadera responsable y la que guía a sus élites.

Lo que se observa, en fin, es una sociedad en la que la jerarquía de valores anterior ha sido abolida, pero no sustituida por otra distinta, sino, exactamente, por su contraria o inversa.

Este proyecto ateo no ha dejado de crecer, de progresar y de efectuar conquistas que hoy parecen ya como definitivas e irreversibles.

Dios ya no cuenta para nada. Así llevamos casi tres siglos. Mas que una era postcristiana, pues, es una era anticristiana. No es neopagana porque es anticristiana y antidivina.

En esta orgía de demolición de todo orden previo hay distintas opciones que, a su vez, luchan entre ellas: el materialismo marxista (socialismo, comunismo, populismo, terrorismo) busca un igualitarismo radical sin libertad; el liberalismo (cientificismo, socialdemocracia, dominio de la técnica) quiere mantener las opciones del individuo; la filosofía de origen nietzscheano (anarquismo, feminismo, transhumanismo, animalismo) busca crear un superhombre. En general, como se ve, todos son istmos.

Todas comparten el mismo rechazo al cristianismo.

En estos momentos los cuatro pilares en los que se asienta el proyecto global, hasta que los tengan que cambiar por otros, son el materialismo dialéctico e histórico, el psicoanálisis, la teoría de la evolución mediante selección natural y la teoría de Copérnico/Galileo. Mientras que esta última si es una teoría científica, las otras tres son mera metafísica o pseudociencias. Pero eso no importa porque sirven muy bien al nuevo orden puesto en marcha en el siglo XVIII.

La respuesta dada a este proyecto subversivo como no se ha conocido otro ha sido escaso. Pero no débil.

En el ámbito del cristianismo Kierkegaard es un bastión inexpugnable. En el ámbito del catolicismo, Joseph de Maistre ha hecho una impugnación fieramente contrarrevolucionaria a la totalidad. Como él mismo dice, la contrarrevolución no es la revolución contraria sino lo contrario a la revolución. En el judaísmo hay dos pensadores muy conscientes del eclipse de Dios: Rosenztweig y Buber. Y en la filosofía hay dos pensadoras: Simone Weil y Hanna Arendt cuya indagación en la condición humana las hace claves para alumbrar estos tiempos de suprema oscuridad.

Conscientes de lo que está en juego y con genio, no hay mucho más. La filosofía de Bergson, aunque no se enfrenta directamente a esta sinrazón, está de nuestro lado porque no es ni materialista ni ciega. Todo lo contrario: está abierta al espíritu y a la inteligencia iluminada por la revelación y los misterios.

Para buscar cimientos sólidos hemos de volver siempre a Platón y a Pascal.

¿Este proyecto puede triunfar? ¿Podría no solo eclipsar a Dios sino asesinarlo también? Eso es lo que quiere. Su triunfo seria local y temporal, ni definitivo ni eterno.

Dios va a respetar la libertad de esta jauría de malvados y de resentidos. El no los va a exterminar. O sea que podrían triunfar en su ámbito de actuación: esta tierra y este ciclo cósmico.

A todos los que no queremos participar de este proyecto satánico, porque no somos de este mundo, nos evacuará de este infierno. Y seremos salvos. Basta con que creamos en Jesucristo y se lo pidamos.

Nosotros no queremos vivir así, gobernados por la mentira.

sábado, 27 de marzo de 2021

Publius Lentulus describe a Jesús

 Lentulus, Gobernador de los Jerosolimitanos al Senado de Roma y al Pueblo, saludos.

En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad.
Sus discípulos le apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos.
Es de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde éstas un poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.
La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna. Tiene la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio, del mismo color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del rostro. Su aspecto es sencillo y grave; los ojos garzos, o sea blancos y azules claros. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad.
Jamás se le ha visto reír; pero llorar sí.

La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista. En su conversación es grave, y por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.