¿Cuáles son
los verdaderos males de nuestro tiempo? No hay unanimidad entre los pensadores
del finales del siglo XX y los del naciente siglo XXI sobre cuáles son los
males de nuestro tiempo. Por poner sólo dos ejemplos:
Julián Marías
(1914-2005) consideraba que el siglo XX portaba en su seno tres monstruosidades
que dañaban gravemente la vida en general, y la vida personal, en particular:
el terrorismo, el consumo generalizado de drogas y la aceptación social del
aborto.
Por otra
parte, diversos estudiosos de la situación geopolítica actual, consideran que los males que martirizan a la
humanidad en el momento presente son tres, cuya conjunción produce la máxima
perversidad: el control del petróleo, el comercio internacional de armas y el
narcotráfico.
Pero lo más
importante es que tampoco hay consenso entre los pensadores sobre si hay una
causa última “maligna” que subyazca a esos males señalados. Y si la hubiere,
cuál sea ésta.
Ignacio
Ellacuría, y con él, los teólogos de la liberación más inteligentes, podría
decir que el mayor de los males es el olvido de los pobres de todo tipo y su
explotación sistemática.
Ratzinger,
por su parte, cree que el abandono de la búsqueda de la Verdad y la exclusión
de Dios de todas las realidades humanas lleva a la humanidad a un nuevo
paganismo que acaba por negar al hombre y condenarlo a la barbarie.
Los marxistas
podrían ver la causa última de toda la tragedia humana en la persistencia de la
propiedad privada. Pero Heidegger, si es que aceptase el reto de contestar a la
pregunta sobre el origen del mal, hablaría del olvido del Ser y la fijación
enfermiza del pensamiento calculador en el ser de las cosas.
Y los
pensadores que no dejan de meditar sobre el mal radical (nazismo y comunismo,
campo de concentración y gulag) tal y como se ha conocido en el siglo XX
encontrarían en el antisemitismo, en la negación del Otro, el origen de todo
mal.
Pero también
hay pensadores optimistas que no creen que exista una causa última del mal que
haya que, primero, identificar para, luego, combatir. Hay problemas, efectivamente,
tragedias, angustias, dolores, errores, atrocidades pero la humanidad camina
segura por el camino de la mejora de las condiciones de vida de todos y del
progreso en general. Más derechos, mayor tolerancia, más democracia, mejor
nivel de vida, más educación, cultura y sanidad. No se niegan los problemas
pero no hay una impugnación a la totalidad.
¿Quién tiene
más razón? Los realistas pesimistas o los realistas optimistas. Ambos grupos se
tienen que enfrentar al drama de la dualidad de la existencia humana. Unos, ven
un aspecto de ella y los otros ven el otro.
Hay quien
cree que sólo los pensadores, que voy a llamar de la cruz, están en lo cierto. Porque
están clavados en ella. Por ejemplo, Juan de la Cruz, Simone Weil, Edith Stein.
Ésta última tiene un libro prodigioso, La
Ciencia de la Cruz, que sólo un gran pensador y poeta como es Ramón Xirau
ha sabido apreciar y valorar como lo que es: un prodigio aún por descubrir.
La humanidad
está en cruz. La razón está en cruz. También la verdad, la belleza y la bondad
lo están. Hoy, como casi siempre, todo parece morir, agonizar. Pero esto es una
experiencia personal, difícilmente comunicable. Casi diríamos que poética. Por
ella pasaron Pascal, Hölderlin, Kierkegaard, Wittgenstein, Marcel Proust…
Decía
Heidegger que sólo un dios podía salvarnos. ¿De la cruz? Si no es de ella no sé
qué quiso poder decir con eso.
El
cristianismo expresa verdades eternas. La cruz es una de ellas, si no es que es
la verdad eterna por excelencia. Todo lo que está vivo y es significativo está
atravesado por la cruz. A nada importante se puede acceder si no es a través de
ella. Casi siempre y en todo lugar. Ya desde antiguo. El cristianismo desvela
esta suprema realidad previamente existente.
La vida
humana tras la expulsión del Paraíso es una pura cruz.
¿Y, antes?
Kafka dice
algo profundamente turbador: en lugar de comer del árbol de la vida, del que sí
podíamos comer, comimos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Nuestra
condena, pues, es doble: por no comer del árbol adecuado y por comer del
inadecuado.
Spinoza cree
que era ineluctable que accediéramos al conocimiento del bien y del mal. Y ese
conocimiento comporta inevitablemente, la expulsión del paraíso. No deberíamos,
pues, lamentarnos de los resultados de nuestra elección por antonomasia. Seguir
en el paraíso, sin conocimiento, o salir de él a causa de ese conocimiento.
O sea, que ya
en el paraíso estaba la cruz.
Aprendamos,
entonces, la ciencia de la cruz. Es el saber más alto que podemos alcanzar. El
más olvidado. Pero como todo lo excelso y lo que duele no será el saber más
codiciado.