Las catedrales son la más alta y
la más original de las expresiones del genio de Francia. En las ceremonias católicas
la belleza está por encima de lo que cualquier artista haya soñado jamás. (¡Cuándo todo un pueblo respondía a la voz
del sacerdote, se prosternaba de rodillas cuando sonaba la campanilla de la
elevación!) Esto es lo que diríamos si la religión católica ya no
existiera, pero afortunadamente existe aún. Sólo tenemos que entrar a cualquier
hora del día en una (catedral o iglesia) en la que se esté celebrando un
oficio. Gracias a la persistencia de los mismos ritos en la Iglesia católica y,
por otra parte, a la creencia católica, las catedrales no sólo son los más
bellos monumentos, sino los únicos que han permanecido atados al objetivo para
el que fueron construidos. No existe hoy (1904) un socialista que no deplore las
mutilaciones que la Revolución infligió a nuestras catedrales. En tanto que en
ella se celebre la misa, por muy mutilada que esté, siempre conservará un poco
de vida. Desde el momento que se la destine a cualquier otra cosa, morirá.
Podemos decir a las iglesias lo que Jesús decía a sus discípulos: Sólo si continuáis comiendo la carne del
hijo del hombre y bebiendo su sangra habrá vida en vosotros. Cuando ya no
se celebre en las iglesias el sacrificio de la sangre y la carne de Cristo, el
sacrificio de la misa, ya no habrá vida en ellas. Hay un profundo simbolismo en
una ceremonia cotidiana como la misa: el Introito
abre la ceremonia, sigue la lectura de la epístola, el canto del Gradual, la lectura del Evangelio, el Credo después del Evangelio… Así
todo; hasta el más mínimo gesto del sacerdote, hasta la estola que se coloca, coincide
con el sentimiento profundo que anima a la catedral (o iglesia) entera. Jamás
un espectáculo comparable, espejo tan gigante de la ciencia, del alma y de la
historia, fue ofrecido a la mirada y la inteligencia del hombre. Y esto
bastaría para que el Estado tuviese la obligación de velar por su perpetuidad.
La misa en una catedral (o iglesia) es una resurrección integral. (El
anticlericalismo inspira grandes aberraciones.) Cuando todo esto haya
desaparecido habrá alguien que dirá: entraban en la iglesia, ocupaban un lugar
que podían conservar tras su muerte, desde el que podían seguir, como cuando
vivían, el divino sacrificio. ¡Vosotros, gran democracia silenciosa, fieles
obstinados en oír los oficios más bellos… ya no oiréis más la misa que teníais
asegurada al entregar para la edificación de la iglesia la mejor de vuestras
ofrendas!
La protección de las más bellas
obras de arquitectura, obliga al gobierno a garantizar que el culto se celebre
perpetuamente… La misa en las catedrales (o iglesias) impone un deber al
gobierno de subvencionar a la Iglesia católica para el mantenimiento de un
culto que importa a la conservación del más noble arte. Persuadamos a todas las
personas (incluidos anticlericales con buen gusto) de la obligación que incumbe
al gobierno de subvencionar las ceremonias del culto.
Marcel Proust: La muerte de las
catedrales, Le Figaro, 16 de agosto
de 1904
Y además...
El misterio de la Misa me gusta mucho, tiene una poética maravillosa, y creo en Dios. Martín Chirino, La Vanguardia, 04/02/2014.
Tiendo a creer cuando voy a Misa; pero apenas salgo, se me pasa. Así que ahora lo evito, porque el bajón es desagradable. Pero la Misa en sí misma es muy convincente; es una de las cosas más perfectas que conozco. M. Houellebecq, El País, 23/04/2015.
Tengo un bellísimo olivar. No puedo separarme de él. Jesús pasó sus últimas horas orando en un olivar. Busco cosas de las cuales todos dependemos. La gracia de Dios, la bondad, el destino. Hans Werner Henze, El País, 23/07/2009.
El misterio de la Misa me gusta mucho, tiene una poética maravillosa, y creo en Dios. Martín Chirino, La Vanguardia, 04/02/2014.
Tiendo a creer cuando voy a Misa; pero apenas salgo, se me pasa. Así que ahora lo evito, porque el bajón es desagradable. Pero la Misa en sí misma es muy convincente; es una de las cosas más perfectas que conozco. M. Houellebecq, El País, 23/04/2015.
Tengo un bellísimo olivar. No puedo separarme de él. Jesús pasó sus últimas horas orando en un olivar. Busco cosas de las cuales todos dependemos. La gracia de Dios, la bondad, el destino. Hans Werner Henze, El País, 23/07/2009.
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