GAYO PLINIO SALUDA AL EMPERADOR
TRAJANO (111-112)
1.
Es costumbre para mí, mi señor, consultarte acerca de todas las cosas sobre las
que dudo. ¿Quién, en efecto, puede guiar mejor mi irresolución o instruirme en
lo que no sé? Jamás he participado en los procesos contra los cristianos: por
ello, desconozco qué suele castigarse o perseguirse y hasta qué punto. 2. Y no
he dudado poco si acaso se hace alguna distinción de edad o, por tiernos que
sean, en nada difieren de los más robustos; si hay perdón para el
arrepentimiento, o si el que fue completamente cristiano no obtiene alguna
ventaja al haber dejado de serlo. Si se castiga el mero hecho de llamarse
cristiano, en caso de que no se hayan cometido delitos, o si se castigan los delitos
asociados a tal nombre.
Entretanto,
esta es la norma que he seguido para con aquellos que hasta mí han sido traídos
como cristianos. 3. A ellos mismos les pregunté si eran o no cristianos. A
quienes confesaron que sí les pregunté una segunda y una tercera vez, con la
amenaza de suplicio; ordené que se ejecutara a los que perseveraban. Yo no
dudaba, en efecto, de que, al margen de lo que confesaran, debía castigarse la
pertinacia y la obstinación cerrada. 4. Hubo otros de similar desvarío a los
que apunté para que fueran enviados a Roma, ya que eran ciudadanos romanos.
Poco después, como suele ocurrir, al extenderse la acusación por causa del
mismo proceso, se dieron situaciones variadas.
5.
Se hizo público un libro anónimo que contenía los nombres de muchas personas.
Quienes negaban que eran cristianos o que lo hubieran sido, una vez que por
medio de una fórmula mía imploraron a los dioses y suplicaron con incienso y
vino a una imagen tuya que había ordenado colocar para este cometido, junto a
unas figuras de los dioses, y una vez que, además,
blasfemaron contra Cristo, cosas que dicen que no pueden ser obligados a hacer
quienes en verdad son cristianos, consideré que podía dejarlos libres.
6.
Otros, nombrados por un delator, declararon que eran cristianos y poco después
lo negaron; dijeron que lo habían sido ciertamente, pero que habían dejado de
serlo, algunos hacía ya tres años, otros ya muchos años antes, alguno incluso
veinte. Asimismo, todos ellos adoraron una imagen tuya
y las figuras de los dioses y, además, blasfemaron contra Cristo.
7.
Aseguraban, asimismo, que toda su culpa o su error no había sido más, según
ellos, que haber tenido por costumbre reunirse un día
señalado antes del amanecer, cantar entre ellos, de manera alterna, en alabanza
a Cristo como si fuera un dios, y comprometerse mediante juramento no a
delinquir, sino a no robar, ni cometer pillajes ni adulterios, a no faltar a su
palabra ni negarse a devolver un depósito cuando se les reclamara.
También decían que, una vez realizados estos ritos, tenían por costumbre
separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, totalmente corriente e
inocuo, pero que dejaron de hacerlo tras mi edicto, por el cual, según tus
mandatos, había prohibido que hubiera asociaciones. 8. Así pues, creí aún más
necesario inquirir también, mediante el tormento de dos esclavas que eran
llamadas “ministras”, qué había de verdad. No encontré
ninguna otra cosa más que una superstición depravada y desmesurada.
9.
Por ello, aplazada la indagación, me he apresurado a consultarte. A mí me
parece que se trata de una cuestión digna de consulta, sobre todo a causa del
número de personas que corren peligro (de ser juzgadas). Hay mucha gente, en
efecto, de todas las edades, de todas las condiciones y de ambos sexos incluso
que son llamados a juicio y seguirán siendo llamados. Y el contagio de esta
superstición no se ha extendido tan sólo por las ciudades, sino también por las
aldeas y los campos; aún así, parece que puede detenerse y corregirse. 10. Sin
embargo, hay suficiente constancia de que los templos, casi ya abandonados, han
comenzado a frecuentarse, y que se vuelven a celebrar los sacrificios rituales,
hace tiempo interrumpidos, y que se vende por todas partes la carne de las
víctimas, para la que hasta ahora no se encontraban sino escasísimos
compradores. De esto es fácil deducir qué cantidad de personas podría
enmendarse si hubiera lugar para el arrepentimiento.
TRAJANO SALUDA A PLINIO
1.
Has seguido el procedimiento que debías, mi querido Segundo, en el examen de
las causas de los que ante ti han sido denunciados como cristianos. Y no es
posible, en efecto, establecer para todos una norma general, como si ésta
tuviera una aplicación determinada. No hay que perseguirlos; si se los denuncia
y acusa, hay que castigarlos, pero quien haya negado
ser cristiano y lo haya demostrado realmente, es decir, mediante la súplica a
nuestros dioses, aunque hubiera sido sospechoso en el pasado, que obtenga el
perdón por su arrepentimiento. 2. Sin embargo, los libros anónimos que
circulan no deben tener cabida en acusación alguna, pues esto sirve de pésimo
ejemplo y no es propio de nuestro tiempo.