Un
fragmento de LA
MUERTE DE PEREGRINO de Luciano (165-85).
11:
«Fue entonces, precisamente, cuando conoció la admirable doctrina de los cristianos,
en ocasión de tratarse, en Palestina, con sus sacerdotes, y escribas. Y ¿qué os
creéis? En poco tiempo les descubrió que todos ellos eran unos niños inocentes,
y que él, sólo él, era el profeta, el sumo sacerdote, el jefe de sinagoga, todo
en suma. Algunos libros sagrados él los anotaba y explicaba; otros los redactó
él mismo. En una palabra, que lo tenían por un ser divino, se servían de él
como legislador y le dirigían cartas como a su jefe. Todavía siguen adorando a
aquel gran hombre que fue crucificado en Palestina por haber introducido entre
los hombres esta nueva religión».
12:
«Prendido por esta razón, Proteo fue a dar con sus huesos en la cárcel, cosa
que le granjeó mayor aureola aún para las otras etapas de su vida y con vistas
a la fama de milagrero que tanto anhelaba. Pues bien; tan pronto como estuvo
preso, los cristianos, considerándolo una desgracia, movieron cielo y tierra
por conseguir su libertad. Al fin, como esto era imposible, se procuró al menos
proporcionarle cuidados y no precisamente al buen tuntún, sino con todo el
interés del mundo. Y ya desde el alba podía verse a las puertas de la cárcel
una verdadera multitud de ancianos, viudas y huérfanos e incluso los jerarcas
de su secta dormían con él en la prisión, previo soborno de los guardianes.
Luego eran introducidos toda clase de manjares, se pronunciaban discursos
sagrados y el excelente Peregrino —pues todavía llevaba este nombre—era
calificado por ellos de nuevo Sócrates».
13:
«Es más: incluso desde ciertas ciudades de Asia llegaron enviados de las
comunidades cristianas para socorrer, defender y consolar a nuestro hombre.
Porque es increíble la rapidez que muestran tan pronto se divulga un hecho de
este tipo. Y es que—para decirlo con pocas palabras—, no tiene bienes propios.
Y ya tienes que va a parar a los bolsillos de Peregrino —procedente de manos de
esas gentes— una gran suma de dinero en razón de su condena; con ello le
ayudaron, y no poco, monetariamente. Y es que los infelices creen a pie
juntillas que serán inmortales y que vivirán eternamente, por lo que desprecian
la muerte e incluso muchos de ellos se entregan gozosos a ella. Además su
fundador les convenció de que todos eran hermanos. Y así, desde el primer momento
en que incurren en este delito reniegan de los dioses griegos y adoran en
cambio a aquel filósofo crucificado y viven según sus preceptos. Por eso
desprecian los bienes, que consideran de la comunidad, si bien han aceptado
estos principios sin una completa certidumbre, pues si se les presenta un mago
cualquiera, un hechicero, un hombre que sepa aprovecharse de las circunstancias,
se enriquece en poco tiempo, dejando burlados a esos hombres tan sencillos»,
16:
«Salió, pues, por segunda vez de su ciudad natal, dispuesto a recorrer mundo,
con los cristianos como único sostén, gracias a cuya protección lo pasaba a lo
grande. Y así vivió durante un tiempo. Más tarde, empero, y por haber cometido
alguna falta contra ellos —se le vio, según creo, tomar alimentos prohibidos— hallose
desamparado, falto de su protección y entonces pensó que no tenía más remedio
que retractarse y reclamar los bienes a su ciudad; y, efectivamente, presentó
un memorándum y exigió la entrega de los bienes por orden del emperador. Mas la
ciudad envió a su vez también una embajada y aquél nada consiguió al fin, sino
que se declaró que se atuviera a su primera decisión, ya que nadie le había
obligado a ello».
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