Lo que caracteriza a nuestra época, que comienza en el siglo XVIII con el triunfo
del pensamiento revolucionario y de las revoluciones, es la exclusión definitiva
de Dios y de Jesucristo de la vida social, política y cultural de las
sociedades.
(Si es posible su pervivencia en las vidas individuales habrá que verlo.)
De modo que el proyecto humano así forjado elimina a Dios de modo
definitivo de todos los ámbitos: en las leyes, las organizaciones, las
instituciones, la ciencia, el arte, el pensamiento. Decide su autodeterminación.
Esto es un suceso único en la historia.
No sabemos si eso es una decisión de las élites que se la impone a la
inmensa mayoría, a la pura masa, o si la masa, por el contrario, es la
verdadera responsable y la que guía a sus élites.
Lo que se observa, en fin, es una sociedad en la que la jerarquía de
valores anterior ha sido abolida, pero no sustituida por otra distinta, sino,
exactamente, por su contraria o inversa.
Este proyecto ateo no ha dejado de crecer, de progresar y de efectuar
conquistas que hoy parecen ya como definitivas e irreversibles.
Dios ya no cuenta para nada. Así llevamos casi tres siglos. Mas que una era
postcristiana, pues, es una era anticristiana. No es neopagana porque es
anticristiana y antidivina.
En esta orgía de demolición de todo orden previo hay distintas opciones
que, a su vez, luchan entre ellas: el materialismo marxista (socialismo,
comunismo, populismo, terrorismo) busca un igualitarismo radical sin libertad; el
liberalismo (cientificismo, socialdemocracia, dominio de la técnica) quiere
mantener las opciones del individuo; la filosofía de origen nietzscheano (anarquismo,
feminismo, transhumanismo, animalismo) busca crear un superhombre. En general, como
se ve, todos son istmos.
Todas comparten el mismo rechazo al cristianismo.
En estos momentos los cuatro pilares en los que se asienta el proyecto global, hasta que los
tengan que cambiar por otros, son el materialismo dialéctico e histórico, el psicoanálisis,
la teoría de la evolución mediante selección natural y la teoría de Copérnico/Galileo.
Mientras que esta última si es una teoría científica, las otras tres son mera metafísica
o pseudociencias. Pero eso no importa porque sirven muy bien al nuevo orden
puesto en marcha en el siglo XVIII.
La respuesta dada a este proyecto subversivo como no se ha conocido otro ha
sido escaso. Pero no débil.
En el ámbito del cristianismo Kierkegaard es un bastión inexpugnable. En el
ámbito del catolicismo, Joseph de Maistre ha hecho una impugnación fieramente contrarrevolucionaria
a la totalidad. Como él mismo dice, la contrarrevolución no es la revolución contraria
sino lo contrario a la revolución. En el judaísmo hay dos pensadores muy
conscientes del eclipse de Dios: Rosenztweig y Buber. Y en la filosofía hay dos
pensadoras: Simone Weil y Hanna Arendt cuya indagación en la condición humana
las hace claves para alumbrar estos tiempos de suprema oscuridad.
Conscientes de lo que está en juego y con genio, no hay mucho más. La filosofía
de Bergson, aunque no se enfrenta directamente a esta sinrazón, está de nuestro
lado porque no es ni materialista ni ciega. Todo lo contrario: está abierta al espíritu
y a la inteligencia iluminada por la revelación y los misterios.
Para buscar cimientos sólidos hemos de volver siempre a Platón y a Pascal.
¿Este proyecto puede triunfar? ¿Podría no solo eclipsar a Dios sino asesinarlo
también? Eso es lo que quiere. Su triunfo seria local y temporal, ni definitivo
ni eterno.
Dios va a respetar la libertad de esta jauría de malvados y de resentidos.
El no los va a exterminar. O sea que podrían triunfar en su ámbito de actuación:
esta tierra y este ciclo cósmico.
A todos los que no queremos participar de este proyecto satánico, porque no
somos de este mundo, nos evacuará de este infierno. Y seremos salvos. Basta con
que creamos en Jesucristo y se lo pidamos.
Nosotros no queremos vivir así, gobernados por la mentira.