En 1896 en una velada memorable --llena de confidencias inimaginables para una mente cerrada y clausurada-- entre Brahms, Joachim y Abell, el genial músico relató --con todo lujo de detalles-- los secretos de su proceso creativo. Abell juró, a petición de Brahms, no hacerlos públicos hasta pasados 50 años de la muerte de Brahms. (Ninguno de los muchos biógrafos que escribieron biografías conoció este testimonio decisivo y crucial. Por eso, cuando se desveló el secreto la conmoción fue total. Brahms no era un agnóstico.)
El desocultamiento se produciría en 1955.
Ahora la editorial Fragmenta nos lo obsequia: Música e inspiración.
Lo primero que hay que decir es que toda persona relacionada con la creación, y no solo la musical, tiene obligatoriamente que leer el libro.
Brahms muestra de un modo único cómo la creación --si lo es de verdad-- es un proceso complejísimo en el que participa de un modo decisivo la Divinidad. Confirma que eso no solo le pasó a él, sino también a Bach, Mozart, Beethoven, Milton, Shakespeare, Goethe...
Es la fuerza sobrenatural y supraconsciente que nos habita, la chipa divina, de quien proviene la inspiración.
De la técnica se encarga el cerebro.
En el caso de Brahms, su Maestro y guía es Jesús de Nazaret. Conoce a la perfección los evangelios. No de un modo ortodoxo, teológico o eclesial. Todo lo contrario. De un modo genuino, libre, puro y auténtico.
Nada de teología de mierda.
Pura religiosidad. Al estilo de Kierkegaard. Como si fuera un contemporáneo de Jesús.
El libro es alucinante. Una auténtica revelación.