Escribo desde hace diez años en Expansión con entera libertad.
Sin embargo, ayer, en el último minuto y de modo injustificable,
Expansión censuró y retiró este artículo que iba a publicarse hoy.
Lamento que un periódico como Expansión censure un artículo cuyas
fuentes son, entre otros, The Lancet (una de las tres publicaciones
médicas más prestigiosas del mundo), artículos de reconocidos
epidemiólogos en el Wall Street Journal (el periódico económico más
importante del mundo), comunicados del JCVI británico y del Ministerio
de Sanidad de Japón y datos oficiales del Ministerio de Sanidad español.
Basta y
Esta
locura debe acabar. El programa de vacunación masiva con vacunas y
terapias genéticas en gran medida experimentales para combatir una
enfermedad que cursa leve para la inmensa mayoría de la población se
está convirtiendo en un escándalo de salud pública, y su extensión a
niños y adolescentes sanos es simplemente inmoral. Contrariamente a lo
que repite la histeria colectiva creada por el contubernio
político-mediático-farmacéutico, la vacunación a estas edades no protege
a los niños de nada, pues para ellos el covid es levísimo, ni protege a
sus padres o abuelos, pues los contagios de niño a adulto son
inhabituales[1] y, sobre todo, caramba, porque estas vacunas no impiden ni el contagio ni la transmisión[2],
como estamos viendo. En cambio, exponen innecesariamente a los niños a
potenciales efectos adversos a corto plazo que aun poco probables pueden
ser serios, como la miocarditis (“con cuadro clínico atípico y de
pronóstico incierto a medio plazo”, según el JCVI británico[3]),
y a la incertidumbre de efectos secundarios desconocidos a largo plazo.
¿Cómo calificarían ustedes a una sociedad que pone en riesgo la salud
de los niños para que algunos adultos duerman más tranquilos? Por tanto,
recomiendo a los padres que, antes de tomar una decisión que será
irrevocable, se lo piensen mucho y no se dejen arrastrar por razones
equivocadas como la presión social, sino valorando exclusivamente los
riesgos y beneficios para sus hijos, que no pueden defenderse ni opinar
por sí mismos. Asimismo, si sus pediatras recomiendan vacunarse
exíjanles la firma de la correspondiente receta para que asuman su
responsabilidad.
Una miríada de estudios y datos epidemiológicos
recientes confirman que las vacunas y terapias genéticas no impiden ni
el contagio ni la transmisión del covid y que su eficacia para reducir
la gravedad se ha reducido mucho. De ahí la sorpresiva tercera dosis,
inoculada en estado de pánico por Israel ante la evidencia del fiasco
vacunal y promovida de tapadillo en España para intentar disimular dicho
fiasco. Hace poco nos decían que dos dosis y un 70% de inmunidad de
rebaño acabarían con la epidemia. Ahora son tres o cuatro dosis (¡en
pocos meses!) y un 95%. Vaya tomadura de pelo.
El desmedido afán
de lucro de las empresas farmacéuticas, la incalificable campaña de
terror mediática y oscuros intereses políticos propiciaron desde un
principio que el foco se pusiera en reducir el número de contagios y no
el de muertes, algo absurdo en una enfermedad que cursa leve para la
mayoría. Acto seguido se torpedeó sistemáticamente la aparición de
tratamientos baratos y prometedores dirigidos sólo a los enfermos de
riesgo y se hizo creer a la opinión pública que la única esperanza eran
unas lucrativas vacunas poco testadas y dirigidas a toda la población.
Una vez vacunada la población de riesgo era imprudente y estéril
continuar vacunando indiscriminadamente, pero nos dijeron que las
vacunas pararían la epidemia y nos devolverían a la normalidad. “Primero
les encerramos, luego les asustamos y finalmente les vacunamos a
todos”, fue la consigna. Pues bien, la falacia se ha topado con la
realidad. Las altas tasas de vacunación no están frenando los contagios.
En septiembre, un estudio realizado en 68 países observó que, al
contrario de lo esperado, “las zonas con mayor porcentaje de población
totalmente vacunada tenían más casos de COVID-19 por cada millón de
habitantes[4]”. En este sentido, según otro estudio publicado en The Lancet Infectious Diseases, los vacunados que enferman de covid parecen ser ligeramente más contagiosos que los no vacunados, con una carga viral similar[5].
Para más inri, otro artículo científico ponía de manifiesto que “la
aparición y frecuencia de nuevas variantes resistentes a las vacunas
está fuertemente correlacionada con las tasas de vacunación[6]”, es decir, que a mayor porcentaje de vacunados, más variantes. Y según un estudio sueco publicado como pre-print en The Lancet,
Pfizer y Astrazeneca (85% de las vacunas administradas en España) no
tienen “ninguna eficacia” para prevenir la infección de covid pocos
meses después de su inoculación, y su eficacia para reducir la gravedad y
muerte ha caído hasta un “indetectable” 42% seis meses después de
vacunarse[7].
No olviden que todos estos datos son anteriores a la llegada de la
famosa variante Omicron, convertida en chivo expiatorio del fiasco
vacunal. Quizá por ello, según el Ministerio de Sanidad actualmente en
España el 71% de los hospitalizados y el 80% de los muertos por covid
mayores de 60 años son personas perfectamente vacunadas[8]. La evidencia comienza a ser abrumadora. Así, un recientísimo artículo en The Lancet con datos de varios países ha denunciado “la gran negligencia” de las autoridades sanitarias al negar tal evidencia[9]
en una cínica huida hacia adelante. En Alemania “seis de cada diez
casos sintomáticos de COVID-19 de mayores de 60 son personas totalmente
vacunadas [ya son siete de cada diez], proporcionando una clara
evidencia de la creciente relevancia de los vacunados como posible
fuente de transmisión”. En el Reino Unido, nueve de cada diez nuevos
casos de COVID-19 entre mayores de 60 años “se produjeron entre los
totalmente vacunados”, y una semana antes “la tasa de casos de COVID-19
por 100.000 había sido mayor entre el subgrupo de vacunados que en el de
no vacunados” de 30 años o más. Y en Israel un brote hospitalario cuya
fuente había sido un paciente vacunado tuvo como resultado que “catorce
pacientes totalmente vacunados enfermaron gravemente o murieron,
mientras que los dos pacientes no vacunados desarrollaron una enfermedad
leve”. The Lancet concluye: “Es una gran negligencia ignorar a
la población vacunada como una fuente de transmisión posible y
relevante”. Estos datos desmontan por completo el paripé del pasaporte
covid, la persecución de los no vacunados y los programas de vacunación
infantil.
El carácter voluntario-obligatorio de estas vacunas en
Europa ha vulnerado principios médicos y éticos. No así en Japón, donde
el Ministerio de Sanidad deja claro que la vacuna COVID-19 “no es
obligatoria ni forzosa, sino que sólo se realizará con el consentimiento
de la persona a vacunar tras la información facilitada”. Y añade: “Le
rogamos que se vacune por decisión propia, comprendiendo tanto la
eficacia como el riesgo de efectos secundarios; no se administrará
ninguna vacuna sin dicho consentimiento, y por favor, no obligue a nadie
en su lugar de trabajo o a los que le rodean a vacunarse, y no
discrimine a los que no se han vacunado[10]”.
Y aquí, ¿dónde están los consentimientos informados? ¿Qué médico ha
firmado nada? ¿Dónde queda el respeto a los no vacunados en este
ambiente de histeria y fascismo sanitario? En España algunos sátrapas
regionales, repanchingados en sus palacetes feudales, imponen a sus
siervos la presentación de un salvoconducto para entrar en un hospital o
tomarse una cerveza, y da igual que semejante atropello se base en una
superstición, pues el vacunado transmite el virus exactamente igual (o
más) que el no vacunado. ¿Y qué decir de la Sala del Tribunal Supremo
(con la numantina excepción de un voto particular) que se ha prestado a
esto autorizando el pasaporte covid con contradicciones que causan
rubor?
Repito: esta locura debe acabar. Ha llegado el momento de
exigir a los responsables políticos que digan la verdad a la población
sobre las limitaciones de eficacia y seguridad de estas vacunas y que
detengan la campaña infantil. Para los niños sanos esta vacuna tiene
muchos más riesgos que beneficios y, como dice el inmunólogo
norteamericano Robert Malone, coinventor de la tecnología de las vacunas
ARN mensajero, “la razón que le están dando para vacunar a su hijo es
mentira: sus hijos no presentan peligro alguno para sus padres o abuelos[11]”. Yo aún diría más. No es deber de los niños proteger a los adultos, pero sí es deber de los padres proteger a sus hijos.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
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