En los últimos siglos ha habido dos formas diametralmente opuestas de imprimir un impulso emancipatorio a la vida humana. Ha vencido la peor. Ha perdido la más prometedora.
En un lado tenemos a
Rousseau (1712-1778)
Kant (1724-1804)
Fichte (1762-1814)
Hegel (1770-1831)
Pensadores religiosos (cristianos no católicos), abiertos, por tanto, a la trascendencia; conscientes de los límites de la razón; portadores de un pensamiento dinámico y pluralista aunque sistemático e intentando conciliar materia y espíritu. Claramente vencidos.
En el lado de los vencedores tenemos a
Darwin (1809-1882)
Marx (1818-1883)
Nietzsche (1844-1900)
Freud (1856-1939)
Ateos, cerrados a la trascendencia y a cualquier forma de vida religiosa; materialistas, ciegos a los límites de la razón y, a veces, incluso, mecanicistas y reduccionistas. Se sirvieron cuando les vino bien, no obstante, de las ideas de los primeros. Patrocinadores, en fin, de un cientificismo a ultranza, inconscientes de su unilateralidad.
El caso es que la humanidad se encuentra ahora bajo el dominio apabullante de la técnica, la verdadera triunfadora.
La única forma de que los seres humanos fuéramos conscientes de ese dominio patológico y monstruoso de la técnica es que hubieran triunfado los primeros. Al no haber sucedido eso, ahora estamos sometidos a una tiranía y ciegos de estarlo.
Los primeros estarían incómodos en este mundo, mientras que los segundos estarían muy felices. Hemos convertido en realidad muchas de sus fantasías.
Las tres tentaciones de Mateo se han verificado:
La masa (el animal social) está satisfecha porque ahora solo de pan vive el hombre.
Las élites ahítas de poder lo tienen todo porque, postradas, adoran con todo su ser al príncipe de este mundo.
Y los jerarcas católicos se han tirado por el precipicio a la espera de que Dios los salve.
Por otra parte, la vida cotidiana tanto de los felices como de los infelices es indistinguible. Mutatis mutandis hacen todos lo mismo.
Todo, lo más parecido al infierno descrito por Hobbes en el Leviatan para los condenados de la hora postrera.
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