Kant, pensador clave en la historia del pensamiento (junto con Platón, Aristóteles,
Descartes y Leibniz) era profundamente religioso. Y lo era de un modo radical.
Voy a destacar los rasgos principales de su religiosidad tomados de La religión
dentro de los límites de la mera razón:
La verdadera religión es la que promueve la mejora moral del hombre y de la
humanidad.
Kant no aprecia los modos religiosos estatutarios, de observancias o de mero
culto. De lo que se trata es del cumplimiento del deber -y de los deberes-
comprendidos estos como mandamientos divinos. Es una religión de la buena conducta
de vida. Eso requiere un cambio de intención interior pues la intención está
corrompida porque estamos en un estado de corrupción.
Hay dos instancias: la ley moral y el amor a uno mismo. El cambio de
intención consiste en pasar de centrarse en lo segundo para asentarse en lo
primero de un modo irreversible.
Al haber perdido la inocencia primera hemos contraído una penosa propensión
al mal. No se trata de un cumplimiento meramente legal de principios sino de
una verdadera conversión hacia lo moralmente bueno. Por lo tanto, la religión
verdadera no puede ser de mero culto ni de mera petición de favores. Hay que cambiar
la intención (interior) corrompida y salir del estado de corrupción. Hay que
cumplir el deber por sí mismo y no en atención a otros fines.
Tenemos unos genuinos principios morales que nos permiten -de un modo definitivo-
cambiar nuestros actos y nuestra conducta de un modo continuo.
(Todo esto nada tiene que ver con vanas ilusiones: milagros, supersticiones
o fanatismo.)
Nuestra propia razón nos ha sido dada para que podamos alcanzar una fe
religiosa pura. Esta fe racional pura está inscrita en nuestro corazón. Solo hay
una verdadera religión y depende de nuestras intenciones morales, interiormente
ocultas.
El mejoramiento del hombre, su santificación es su auténtico fin.
No es una fe eclesial estatutaria que siempre da lugar a que surjan
infieles, heterodoxos, herejes u ortodoxos. Ni menos de meras observancias públicas.
No es una religión de servicio (culto).
Con ella se cancela la degradante distinción entre laicos y clérigos.
Es una fe activa y no una fe pasiva.
Al definir a Dios como legislador santo, soberano bondadoso y juez recto
evita caer en penosos antropomorfismos.
En ella hay servidores y maestros, en lugar de funcionarios, superiores que
ejercen el dominio y donde se produce una lamentable sumisión aduladora o
servilismo.
Una religión completa que puede ser propuesta a todos los hombres mediante
su propia razón de modo captable y convincente sin ningún tipo de erudición.
Está dentro de nosotros. Fundada en principios. No es un falso servicio a Dios,
basado en ilusiones engañosas, autoengaños, magia o fetichismo.
Doctrina de la virtud, en la que la piedad no es sucedánea de la virtud. Ni
en la que los medios de gracia se convierten en fines (idolatría). Está al
margen de todo clericalismo, pues los medios de gracia son solo medios para
alcanzar el fin auténtico.
La conciencia moral es una conciencia que es para sí misma deber. Y eso es
algo admirable.
Promueve un espíritu de oración (no oración) que nunca cesa. No crea súbditos
sino ciudadanos en el Reino de Dios.
Todo lo dicho hasta ahora nos lleva a la necesaria creación de una
comunidad ética según leyes de virtud, de moralidad interior. Un pueblo de Dios
moral, nunca plenamente alcanzable, el reino de Dios y una iglesia invisible.
Esta iglesia es universal, moralmente pura y donde los hombres son libres. Que
une a todos los hombres como representación visible del reino invisible de Dios
sobre la Tierra.
No es una comunidad jurídica donde se valora solo la legalidad de las acciones,
ni una comunidad política (ya hemos dicho que es una comunidad ética) con sus
leyes estatutarias. Eso sería una teocracia. Aunque pudiera tener distintas
formas de gobierno, se parecería más a una banda.
Esta iglesia se parece más a una familia (doméstica) que, a una monarquía,
aristocracia o democracia, en cualquier caso, despótica.
Esta iglesia existe, es invisible y la forman ciudadanos honrados, fiables
en el trato, los negocios y las necesidades. Se consideran buenos servidores -que saben que el reino de los cielos está dentro de nosotros- y no favoritos.