miércoles, 11 de diciembre de 2024

La religión según Kant (1724-1804)

 

Kant, pensador clave en la historia del pensamiento (junto con Platón, Aristóteles, Descartes y Leibniz) era profundamente religioso. Y lo era de un modo radical.

Voy a destacar los rasgos principales de su religiosidad tomados de La religión dentro de los límites de la mera razón:

La verdadera religión es la que promueve la mejora moral del hombre y de la humanidad.

Kant no aprecia los modos religiosos estatutarios, de observancias o de mero culto. De lo que se trata es del cumplimiento del deber -y de los deberes- comprendidos estos como mandamientos divinos. Es una religión de la buena conducta de vida. Eso requiere un cambio de intención interior pues la intención está corrompida porque estamos en un estado de corrupción.

Hay dos instancias: la ley moral y el amor a uno mismo. El cambio de intención consiste en pasar de centrarse en lo segundo para asentarse en lo primero de un modo irreversible.

Al haber perdido la inocencia primera hemos contraído una penosa propensión al mal. No se trata de un cumplimiento meramente legal de principios sino de una verdadera conversión hacia lo moralmente bueno. Por lo tanto, la religión verdadera no puede ser de mero culto ni de mera petición de favores. Hay que cambiar la intención (interior) corrompida y salir del estado de corrupción. Hay que cumplir el deber por sí mismo y no en atención a otros fines.

Tenemos unos genuinos principios morales que nos permiten -de un modo definitivo- cambiar nuestros actos y nuestra conducta de un modo continuo.

(Todo esto nada tiene que ver con vanas ilusiones: milagros, supersticiones o fanatismo.)

Nuestra propia razón nos ha sido dada para que podamos alcanzar una fe religiosa pura. Esta fe racional pura está inscrita en nuestro corazón. Solo hay una verdadera religión y depende de nuestras intenciones morales, interiormente ocultas.

El mejoramiento del hombre, su santificación es su auténtico fin.

No es una fe eclesial estatutaria que siempre da lugar a que surjan infieles, heterodoxos, herejes u ortodoxos. Ni menos de meras observancias públicas. No es una religión de servicio (culto).

Con ella se cancela la degradante distinción entre laicos y clérigos.

Es una fe activa y no una fe pasiva.

Al definir a Dios como legislador santo, soberano bondadoso y juez recto evita caer en penosos antropomorfismos.

En ella hay servidores y maestros, en lugar de funcionarios, superiores que ejercen el dominio y donde se produce una lamentable sumisión aduladora o servilismo.

Una religión completa que puede ser propuesta a todos los hombres mediante su propia razón de modo captable y convincente sin ningún tipo de erudición. Está dentro de nosotros. Fundada en principios. No es un falso servicio a Dios, basado en ilusiones engañosas, autoengaños, magia o fetichismo.

Doctrina de la virtud, en la que la piedad no es sucedánea de la virtud. Ni en la que los medios de gracia se convierten en fines (idolatría). Está al margen de todo clericalismo, pues los medios de gracia son solo medios para alcanzar el fin auténtico.

La conciencia moral es una conciencia que es para sí misma deber. Y eso es algo admirable.

Promueve un espíritu de oración (no oración) que nunca cesa. No crea súbditos sino ciudadanos en el Reino de Dios.

Todo lo dicho hasta ahora nos lleva a la necesaria creación de una comunidad ética según leyes de virtud, de moralidad interior. Un pueblo de Dios moral, nunca plenamente alcanzable, el reino de Dios y una iglesia invisible.

Esta iglesia es universal, moralmente pura y donde los hombres son libres. Que une a todos los hombres como representación visible del reino invisible de Dios sobre la Tierra.

No es una comunidad jurídica donde se valora solo la legalidad de las acciones, ni una comunidad política (ya hemos dicho que es una comunidad ética) con sus leyes estatutarias. Eso sería una teocracia. Aunque pudiera tener distintas formas de gobierno, se parecería más a una banda.

Esta iglesia se parece más a una familia (doméstica) que, a una monarquía, aristocracia o democracia, en cualquier caso, despótica.

Esta iglesia existe, es invisible y la forman ciudadanos honrados, fiables en el trato, los negocios y las necesidades. Se consideran buenos servidores -que saben que el reino de los cielos está dentro de nosotros- y no favoritos.

 

 

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Un secreto fascinante

 

Cuenta Pablo que el Mesías se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez; la mayor parte vive todavía, aunque algunos han muerto.

Lo que se ha mantenido -y se mantiene en secreto- es algo que pasó en esa postrera aparición a los 500 hermanos.

Y es uno de los secretos mejor guardados.

Este es el secreto.

El Resucitado dio a cada uno de los presentes una piedra en la que estaba escrito el nombre propio de cada uno de ellos.

Cuando la aparición terminó ellos acordaron que cada uno entregaría su piedra a algún descendiente de manera que nunca se rompiera la cadena de custodia.

Y eso ha venido ocurriendo desde entonces.

En estos momentos hay 500 seres humanos que tienen una piedra con el nombre -escrito en arameo- de los testigos de la aparición del Mesías.

No se conocen entre ellos.

Lo único que saben es que deben pasar el testigo -la piedra con un nombre- antes de su muerte.

Yo lo sé porque conocí en Roma a uno de ellos.

Y lo cuento porque he visto en la prensa la noticia de su muerte. No puedo decir su nombre.

Por supuesto no sé quién es el heredero de su tesoro.

No me la enseñó, pero la luminosidad de su rostro me convenció de que lo que me dijo era verdad.

También me dijo que cuando lleguere la hora -los que posean ese tesoro- deberán ir a Jerusalem y aguardar allí la Manifestación definitiva del Mesías.