Cuenta Pablo que el Mesías se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después
se apareció a más de quinientos hermanos a la vez; la mayor parte
vive todavía, aunque algunos han muerto.
Lo que se ha mantenido -y se mantiene en secreto- es algo que pasó en esa postrera
aparición a los 500 hermanos.
Y es uno de los secretos mejor guardados.
Este es el secreto.
El Resucitado dio a cada uno de los presentes una piedra en la que estaba
escrito el nombre propio de cada uno de ellos.
Cuando la aparición terminó ellos acordaron que cada uno entregaría su
piedra a algún descendiente de manera que nunca se rompiera la cadena de
custodia.
Y eso ha venido ocurriendo desde entonces.
En estos momentos hay 500 seres humanos que tienen una piedra con el nombre
-escrito en arameo- de los testigos de la aparición del Mesías.
No se conocen entre ellos.
Lo único que saben es que deben pasar el testigo -la piedra con un nombre- antes
de su muerte.
Yo lo sé porque conocí en Roma a uno de ellos.
Y lo cuento porque he visto en la prensa la noticia de su muerte. No puedo
decir su nombre.
Por supuesto no sé quién es el heredero de su tesoro.
No me la enseñó, pero la luminosidad de su rostro me convenció de que lo
que me dijo era verdad.
También me dijo que cuando lleguere la hora -los que posean ese tesoro- deberán
ir a Jerusalem y aguardar allí la Manifestación definitiva del Mesías.
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