El cine no es pintura en movimiento. El cine no es teatro filmado. Tampoco novela fotografiada.
Nos han llegado al final del año dos películas que versan sobre pintura y sobre teatro.
El molino y la cruz (Lech Majewski) es una aproximación al cuadro de Bruegel, El camino al Calvario. A la vez, ensayo sobre la pintura de Bruegel y reflexión o meditación sobre la Pasión Divina. Ni en el cuadro ni en la película hay redención.
César debe morir (Hermanos Taviani) es una reflexión sobre la redención a través del arte, en este caso, el teatro de Shakespeare (Julio César).
En ambas obras se pueden apreciar los límites para representar lo irrepresentable, en la pintura en un caso y en el teatro en el otro. Sin embargo, el cine puede traspasar esos límites. Aunque, como resultado de ese "traspaso", puedan aparecer otros nuevos, y, no suficientemente, conocidos, hasta ahora.
¿De dónde saca el cine esa potencia rebasadora?
Sabemos lo que no es el cine. Pero no sabemos, realmente, lo que es. El cine es el resultado de una ilusión, un malentendido perceptivo de la cognición humana. Parece que hay movimiento pero no hay tal. Es una elipsis continuada. El movimiento lo pone la mente.
En el cine, a diferencia de la novela -por lo menos hasta Faulkner-, el teatro y la pintura -por lo menos hasta Kandinski- es más importante lo que no se ve, lo que no se muestra, lo que está implícito.
Los directores de ambas películas dan muestras sobradas de saber esto.
Pasión Divina y Redención humana.
El cine permite llevar a la pintura hasta sus últimas consecuencias y al teatro hasta sus últimas posibilidades. Entender -en un caso- lo que es la Pasión Divina y realizar -en el otro- una obra de Redención humana.
Ejemplos sublimes de las posibilidades, no agotadas, del cinematógrafo.
Íñigo Toledano
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