Veo cuatro pilares sobre los que está
construida la mente contemporánea, que han venido a sustituir a los pilares sobre
los que se sustentaba la cosmovisión previa: heliocentrismo (frente a
geocentrismo), evolucionismo mediante selección natural (frente a creacionismo),
marxismo (frente a liberalismo) y psicoanálisis (frente a algo no claramente
determinado).
El heliocentrismo y el darwinismo
conservan el título de teorías científicas. Tanto el marxismo como el
psicoanálisis lo han perdido. Sin embargo, a pesar de ello, y a que se
presentaban como auténticas teorías científicas, conservan todo el crédito
sociocultural y toda su influencia sobre la mente contemporánea.
El heliocentrismo es una teoría
científica porque puede someterse a contrastación experimental. Sin embargo, el
darwinismo es, en palabras de K. Popper, un programa metafísico porque no es falsable.
Es decir, no puede someterse a ningún control experimental digno de tal nombre.
Ni tampoco puede hacer predicciones.
Tanto el heliocentrismo como el
darwinismo se sirven de un fraude lógico para mantener su supremacía científica,
social y política.
En su caso, el darwinismo da por
supuesto que su única alternativa es el Génesis. De ese modo se hace
invulnerable a la crítica. Pero, la alternativa al darwinismo no es el Génesis
sino una auténtica teoría científica contrastable y falsable. Y con capacidad
de predicción. Conviene saber que Santiago Ramón y Cajal, Karl Popper y Kurt
Gödel, por citar sólo a tres insignes pensadores, no consideraban a esa pseudoteoría
un “dogma de fe”. Por el contrario, la
consideran excesivamente pretenciosa y jactanciosa.
El heliocentrismo utiliza el mismo “truco”.
En su caso, se presenta como la única alternativa al sistema tolomeico, cuando,
en realidad, tiene otro competidor que es el sistema de Ticho Brahe. Por otra
parte, Barnett en El universo y el doctor
Einstein, con prólogo del propio Einstein, dice que no hay ninguna prueba
directa del movimiento de la tierra. O sea, que podría ser que la conjetura heliocéntrica
frente a la geocéntrica fuera un asunto indecidible. Además, el heliocentrismo
tiene como referente más que a Copérnico, a Galileo. Y este caso pesa mucho
sobre la mente moderna. Por ejemplo, Ratzinger ha confesado que el caso Galileo
pesó mucho en la convocatoria del Concilio Vaticano II. Y sigue pesando y mucho
en su aplicación.
Recapitulando: de los cuatro pilares
de la mente moderna sólo uno es una teoría científica. Los otros tres son, en
el mejor de los casos, metafísica, filosofía, opinión, creencia, ideología,
perspectiva cultural… y, en el peor, meras pseudoteorías.
Me parece que el heliocentrismo se
sostiene a sí mismo negando toda evidencia que le ponga en cuestión, haciendo
trampas lógicas, además, y es, en definitiva, el que carga con todo el peso del
edificio mental moderno y contemporáneo.
Yo no tengo, desgraciadamente,
conocimientos suficientes ni de física, matemáticas, biología, economía… Pero
os sugiero un “experimento mental”. ¿Qué pasaría si de pronto, los cosmólogos,
llegaran a la conclusión, a la vista de los datos empíricos más fiables, que el
modelo que mejor explica esos datos es el de Ticho Brahe o, que, en el peor de
los casos, los explica igual de bien que el modelo heliocéntrico? Es decir, que
como sugeriría la teoría de la relatividad, son modelos equivalentes. ¿En qué
quedaría el caso Galileo?
Yo creo, como escribió León Felipe
que el tinglado de la farsa y la losa de
los templos (no se olvide que los seis papas conciliares son
heliocéntricos, evolucionistas y aceptan, con matices, ciertos aspectos del
marxismo y del psicoanálisis) se vendrían abajo y entonces… ¿Habría que empezar
de nuevo?
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