Benjamin Murmelstein (muerto en Roma en el año 1989) es el protagonista de El último de los injustos (Lanzmann). No es un mero documental. Es una verdadera película. Basada en el testimonio del único Presidente de un Consejo Judío (durante el exterminio del pueblo judío por los nacionalsocialistas) que pudo sobrevivir. El testimonio fue recogido durante una semana en Roma (1975) por Claude Lanzmann. Han pasado, pues, muchos años.
H. Arendt había abierto el debate en Eichmann en Jerusalén sobre el comportamiento de los presidentes judíos durante el periodo nacionalsocialista. Lanzmann y Murmelstein en sus conversaciones no rehuyen el problema. Y esa es la clave de la película. ¿Fue B. M. -a su pesar- un colaboracionista, si bien involuntario?
Pero H. A. también había hablado de la mediocridad y vulgaridad de Eichmann, de su extrema banalidad. Lo presentaba como un mero burócrata sumiso a las órdenes más siniestras, incapaz de revelarse contra ellas. Cooperador necesario del mal pero no necesariamente inductor. Se hubiera limitado, según la insigne pensadora, a cumplir órdenes. Ese es el otro tema clave de la película.
Cuando terminó la guerra, B. M. no fue juzgado en Israel. De hecho nunca pudo ir allí como hubiera sido su deseo. Era sospechoso. La principal sospecha que recaía sobre él era que había sobrevivido. Eso le hacía sospechoso de colaboracionismo, pues los otros líderes de los consejos judíos habían sido asesinados por los nacionalsocialistas. (Scholem, por ejemplo, consideraba que habría debido ser ahorcado.) Fue sometido, sin embargo, a una investigación judicial por los checos y quedó totalmente absuelto de cualquier delito. (Le fue negada -según testimonio de su hijo Wolf- la oración final sobre su tumba por las autoridades religiosas.)
¿Pero fue B. M. un colaboracionista? Su testimonio es tremendo. Las situaciones por las que tuvo que pasar, las decisiones que tuvo que tomar, las tragedias que tuvo que presenciar fueron horrendas. El habla de sí mismo como de alguien que está entre el martillo y el yunque y recibe todos los golpes. Se consideraba como una marioneta de los nacionalsocialistas que intenta no ser sólo movido por los hilos sino influir en los hilos para modificar el movimiento. Situaciones todas ellas extremas, en el límite más abismal, contradicciones insuperables, sin posibilidad alguna de compromiso entre distintas opciones. Se podría hablar de un auténtico calvario. Y, de hecho, por dos veces, al menos, Benjamin M. habla de Jesús en la cruz. La cruz. Como contradicción extrema insuperable. Una para decir, que así como los soldados que infringieron a Jesús la máxima tortura, se burlaban, además, de él, así mismo un presidente de un consejo judío en el gueto -una figura ridícula o tragicómica en realidad- estaba en el Gólgota. La otra, cuando intentó convencer a un nacionalsocialista de que no deportaran a los judíos bajo su custodia a Terezin. El jerarca le "tentó" diciendo que allí, como máxima autoridad, sería como un rey de los judíos. Él le contestó que la última vez que se había escrito esa expresión fue en el palo de una cruz. (Además, en un determinado momento, la cámara después de haber recreado uno de los momentos más dramáticos del infierno nacionalsocialista, se demora muy significativamente en la cruz de un campanario de una iglesia cercana o próxima a los hechos.) B. M. se defiende y defiende la lógica subyacente de toda su actuación. Es durísimo con él y con todos. Distingue, distinción suprema, entre martirio y santidad. Acredita haber sufrido una experiencia existencial sin parangón. ¿Dios mío, cómo habrá podido sobrevivir a tanta cruz?
El otro tema queda definitivamente resuelto. Adolf Eichmann era un demonio. Si hay algo así como "la banalidad del mal", ese monstruo no es un buen ejemplo de ello. Sabía lo que hacía, hacía lo que quería y quería lo que hacía. No se limitaba a cumplir órdenes. Se las daba a sí mismo. Si las autoridades judiciales de Israel hubieran aceptado el testimonio de Benjamin Murmelstein en su juicio, esto hubiera quedado absolutamente claro. Porque Benjamin Murmelstein lo conoció muy bien y sabía que era un demonio de los de la peor especie.
La película puede verse, también, como el kadish que el rabino le negó. También como la bajada de Orfeo a los infiernos de Eurídice. Si tienes ocasión, no te la pierdas. Y si no, búscala. El testimonio es estremecedor. Es el infinito ciclo de la destrucción.
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