viernes, 6 de febrero de 2015

Jacques Bouveresse



Entiendo y apruebo los movimientos de rebelión que está produciendo esta crisis. Karl Kraus (1874-1936) ya denunció a principio del siglo XX el fenómeno de la dictadura del mundo financiero. Me gustaría que las nuevas generaciones supieran que para realizarse en la vida no sólo cuenta el dinero. La vida es un esfuerzo digno de mejor causa. Hay demasiada gente en el mundo que vive en condiciones miserables y se acepta tranquilamente; es espeluznante. A la crisis financiera se suma la crisis moral, esa incapacidad de mostrar sensibilidad hacia los demás, y tiene consecuencias catastróficas. El principal problema de los medios de comunicación es su falta de independencia. Kraus ya anticipó en 1899 el peligro de que el poder económico, el político y el mediático estuvieran en las mismas manos, y ahí están Rupert Murdoch o Berlusconi. Pero todavía quedan periodistas honrados. Creo que lo más difícil es saber hasta qué punto la prensa refleja la opinión pública o la crea. La prensa estadounidense más seria se dejó manipular por el Gobierno para decir que había armas de destrucción masiva en Iraq y que era necesaria una guerra. En las sociedades en las que vivimos, cada vez es más difícil hacer esa distinción entre las necesidades esenciales y las que no lo son. Nos proponen cosas por todas partes, los objetos nos estorban. Nos creamos necesidades artificiales de las que somos cada vez más dependientes. Nos rodeamos de obstáculos que paradójicamente nos impiden llevar una buena vida. Déjeme que le cuente un cuento de Tolstói (1828-1910). (La historia de un campesino a quien el propietario le dice que le regalará la tierra que sea capaz de recorrer en un día. El campesino corre y corre. Cuando al final del día llega al punto del que había partido está tan exhausto que muere de agotamiento. Al final ha obtenido la extensión de tierra que necesitaba para poder yacer en ella.) Lo más esencial en mi vida es el amor por las personas próximas, y de forma más general por el ser humano. No resulta fácil amar a los seres humanos en general. Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, dijo: "Amo a X, a Y, a Z, pero no amo al hombre en general". A mí me ocurre lo mismo. La humanidad sigue dando gente extraordinaria. Pero cada vez que creemos haber superado un escollo decisivo volvemos a caer en él. Me sorprende el  ansia asombrosa de dominarse los unos a los otros. Renuncié a la Legión de Honor (2010), una tentación de poder y éxito. No fue un sacrificio. A los 20 años me tentó la carrera política, pero comprendí que no podría. Se trata de un oficio en el que hay que mentir constantemente. Es el caso de los partidos que están ahora en el poder en Europa; todos pretenden hacernos creer que ellos tienen soluciones. Me cuesta mucho creer en la política. Ese escepticismo en la política es un fenómeno muy peligroso. Existe la tentación de volver a soluciones arcaicas, como el nacionalismo o el populismo, el regreso de los egoísmos nacionales. El nacionalismo ha sido el responsable de las peores catástrofes del siglo XX, por eso siempre deseé un debilitamiento progresivo del sentimiento de pertenencia nacional en provecho del de pertenencia a una comunidad mucho más amplia, Europa, y más adelante el de pertenencia a la comunidad humana. Valoro el placer de conocer y comprender. Y el de rebelarse contra los aspectos de la realidad que son intolerables, algo muy cotidiano como es resistir a todos los mecanismos de propaganda que nos moldean. La cualidad humana que más admiro es altruismo. Lo que más me entristece es no haber sido capaz de ser más generoso, de amar a más personas. Lo más triste es no ser mejor, tener más comprensión y compasión. Pienso en la situación de África y me pregunto: ¿qué he hecho yo para ayudar? Hoy disponemos de medios para hacerlo mejor, ser más equitativos. No sé hasta dónde llegará el movimiento de los indignados, ese fenómeno inesperado. Creemos que las nuevas generaciones han alcanzado un elevado nivel de resignación, pero estamos viendo su capacidad de rebelarse. Me gusta  la máxima de Epicteto: "No son las cosas las que turban a los hombres, sino la idea que se hacen de ellas". Hay que estar dispuesto a trabajar seriamente en nuestro mundo interior.

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