Estás a tus cosas. Encadenado a ellas. Por eso: retenido, dormido, sin luz: a oscuras. Sin libertad, por tanto. Encarcelado en y por ellas: cuatro "piquetes" de cuatro "soldados" te custodian: 4 por 4. Atado por dos cadenas entre dos soldados: 2 por 2. Es de noche. Otros dos soldados a la puerta. Verdaderamente estás preso y apresado.
Sobreviene la iluminación, una sacudida, un despertar súbito... en plena noche. Se hace de día. Caen las cadenas. (Por vez primera eres libre.) El libertador -o lo liberador- te conmina: de prisa, levántate, álzate: cálzate (hay que comenzar una nueva andadura), ponte el cinturón (¿?), cúbrete con el manto (protégete de las acechanzas) y sígueme (¿dónde?) (Pero tú crees que no es real, que estás soñando.) Hay que pasar la primera guardia (segunda puerta), esas son las posesiones de todo tipo (no solo las tangibles), es el desposeerse. Hay que pasar la segunda guardia (tercera puerta), esos son los deseos propios y las voluntades propias, es el adquirir lo que quiere Otro. Pero todavía hay una cuarta puerta que da a la ciudad. Es de hierro: impide la salida (a la calle: la nueva andadura). Son las propias y congénitas limitaciones personales. Esa se abre sola. Se abre sola. Tú nunca la podrías abrir. Aunque un Ángel te condujera hasta ella, Él tampoco la podría abrir. Se tiene que abrir sola. Ya estás en la calle: es la misión. Ahora recorrerás la calle hasta el final: completa la tarea encomendada. Una vez allí, al final de todo, Quién te ha conducido te deja solo. En ese momento caes en la cuenta de que todo ha sido real, no un sueño ni un delirio, ni una ilusión. Has quedado iluminado.
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