Mark
Lilla: La mente naufragada.
Los
islamistas políticos, los nacionalistas europeos y la derecha estadounidense (entre
otros) cuentan, en esencia, la misma historia a sus hijos ideológicos. Creen
haber perdido un paraíso y sufren por vivir en una época de decadencia. Son
reaccionarios: los reaccionarios no son conservadores. El reaccionario es una figura
moderna, no tradicional. No podemos comprender el presente sin reconocer que,
como exiliado confeso, el reaccionario, no menos que el revolucionario, puede a
veces ver con más claridad (el presente) que quienes se sienten cómodos con él.
¿De
qué fuentes beben estos reaccionarios?
¿En
la obra de Franz Rosenzweig, Eric Voegelin y Leo Strauss que está impregnada de
nostalgia moderna?
Rosenzweig
comparte la convicción de Heidegger de que la filosofía cometió un error al apartarse
de la cotidianidad de la vida y perderse en la metafísica. La clave para salir
de ese error está en comprender y reinventar una nueva dinámica entre judaísmo y
cristianismo. (El islam es una mera parodia.) El cristianismo prepara la
redención del mundo a través de la actividad en el tiempo. Los judíos, por el
contario, no tienen una tarea histórica que cumplir: la ley divina es inmutable,
por lo que no puede haber un Estado judío, y cualquier intento mesiánico de fundar
uno es idolatría. El cristianismo y el judaísmo, por lo tanto, son formas complementarias
de vida; cada una cumple una función en la economía de la redención. Se
necesitan mutuamente. Y tienen, pues, un terreno común.
Por
su parte, Voegelin acabó identificando el antiguo gnosticismo religioso como la
fuerza que había colocado a Occidente en su desastroso rumbo. Su idea básica es
que las transformaciones operadas en la relación entre religión y política explican
los cataclismos de la historia moderna. El marxismo, el fascismo y el
nacionalismo son religiones políticas. Hay un impulso religioso que reaparece
en la política si se le niega acceso a lo divino. Intentar crear un mundo sin
religión conduce necesariamente a Hitler, Stalin y Mussolini. Toda la edad
moderna, fruto de una rebelión contra el cristianismo, es gnóstica por
naturaleza. Todos los movimientos políticos de masas de la modernidad son
sucedáneos de la religión.
Leo
Strauss cree que el problema de la civilización occidental comienza cuando los
pensadores de la primera modernidad y de la Ilustración se apartan de la
tradición griega e intentan restablecer la filosofía y la política sobre nuevas
bases. Para Strauss la tensión entre Atenas (filosofía libre de trabas) y Jerusalén
(moralidad, mortalidad, relato sagrado) es necesaria. Los filósofos más sabios (Maimónides,
por ejemplo) son los que entienden que deben ser filósofos políticos,
preocupados por el bien común y, también, políticos filósofos, conscientes de
los riesgos que asumen al desafiar las falsas certezas. El logro de Maimonides
(y Al Farabi) consiste en demostrar que la filosofía puede ser libre cuando se
práctica de forma esóterica (para lectores avisados) y, al mismo tiempo,
políticamente responsable cuando se practica se forma exotérica (para lectores
casuales). De forma diametralmente opuesta, lo que representó Maquiavelo fue
una gran rebelión no solo contra el cristianismo sino contra la tradición del
derecho clásico natural. Esa ruptura llevo al pensamiento al relativismo y al
nihilismo. Y en esas estamos.
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