viernes, 6 de octubre de 2017

El pensamiento reaccionario

Mark Lilla: La mente naufragada.
Los islamistas políticos, los nacionalistas europeos y la derecha estadounidense (entre otros) cuentan, en esencia, la misma historia a sus hijos ideológicos. Creen haber perdido un paraíso y sufren por vivir en una época de decadencia. Son reaccionarios: los reaccionarios no son conservadores. El reaccionario es una figura moderna, no tradicional. No podemos comprender el presente sin reconocer que, como exiliado confeso, el reaccionario, no menos que el revolucionario, puede a veces ver con más claridad (el presente) que quienes se sienten cómodos con él.
¿De qué fuentes beben estos reaccionarios?
¿En la obra de Franz Rosenzweig, Eric Voegelin y Leo Strauss que está impregnada de nostalgia moderna?
Rosenzweig comparte la convicción de Heidegger de que la filosofía cometió un error al apartarse de la cotidianidad de la vida y perderse en la metafísica. La clave para salir de ese error está en comprender y reinventar una nueva dinámica entre judaísmo y cristianismo. (El islam es una mera parodia.) El cristianismo prepara la redención del mundo a través de la actividad en el tiempo. Los judíos, por el contario, no tienen una tarea histórica que cumplir: la ley divina es inmutable, por lo que no puede haber un Estado judío, y cualquier intento mesiánico de fundar uno es idolatría. El cristianismo y el judaísmo, por lo tanto, son formas complementarias de vida; cada una cumple una función en la economía de la redención. Se necesitan mutuamente. Y tienen, pues, un terreno común.  
Por su parte, Voegelin acabó identificando el antiguo gnosticismo religioso como la fuerza que había colocado a Occidente en su desastroso rumbo. Su idea básica es que las transformaciones operadas en la relación entre religión y política explican los cataclismos de la historia moderna. El marxismo, el fascismo y el nacionalismo son religiones políticas. Hay un impulso religioso que reaparece en la política si se le niega acceso a lo divino. Intentar crear un mundo sin religión conduce necesariamente a Hitler, Stalin y Mussolini. Toda la edad moderna, fruto de una rebelión contra el cristianismo, es gnóstica por naturaleza. Todos los movimientos políticos de masas de la modernidad son sucedáneos de la religión.
Leo Strauss cree que el problema de la civilización occidental comienza cuando los pensadores de la primera modernidad y de la Ilustración se apartan de la tradición griega e intentan restablecer la filosofía y la política sobre nuevas bases. Para Strauss la tensión entre Atenas (filosofía libre de trabas) y Jerusalén (moralidad, mortalidad, relato sagrado) es necesaria. Los filósofos más sabios (Maimónides, por ejemplo) son los que entienden que deben ser filósofos políticos, preocupados por el bien común y, también, políticos filósofos, conscientes de los riesgos que asumen al desafiar las falsas certezas. El logro de Maimonides (y Al Farabi) consiste en demostrar que la filosofía puede ser libre cuando se práctica de forma esóterica (para lectores avisados) y, al mismo tiempo, políticamente responsable cuando se practica se forma exotérica (para lectores casuales). De forma diametralmente opuesta, lo que representó Maquiavelo fue una gran rebelión no solo contra el cristianismo sino contra la tradición del derecho clásico natural. Esa ruptura llevo al pensamiento al relativismo y al nihilismo. Y en esas estamos.


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