Cabe preguntarse cómo es que un virus gripal que según datos recientes de la OMS tiene una tasa de mortalidad (0,13%) ligeramente superior a la de una gripe estacional normal (0,10%) pueda haber dado lugar a una declaración de pandemia y a una serie de contramedidas prácticamente idénticas en casi todos los estados europeos y del Nuevo Mundo. También habría que preguntarse el motivo por el cual los remedios para el covid suelen ser desacreditados, minimizados o prohibidos, mientras la vacuna es considerada la solución más eficaz. Habría que entender asimismo cómo es posible crear una vacuna teniendo en cuenta que –según declaraciones del CDC, el organismo estadounidense de control y prevención de enfermedades–, el virus todavía no ha sido aislado. ¿Qué antígeno se utiliza, si el SARS Cov-2 no se puede aislar y replicar? ¿Y qué confiabilidad merecen las pruebas PCR si sólo están calibradas para un coronavirus genérico? Si el pasado 19 de octubre el hospital Spallanzani de Roma anunció la experimentación de una prueba que distingue entre una gripe normal y el covid-19, ¿de qué han dado positivo los pacientes que hasta ahora se han hecho la prueba? ¿Quizás por eso algunos miembros de las juntas directivas de empresas como Moderna y Pfizer han vendido sus propias acciones?
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