Entró en mi casa
y dijo: Ven conmigo y te enseñaré cosas que ni siquiera te imaginas. Le seguí.
Me llevó a una
iglesia. Me dijo: Arrodíllate con amor en este lugar, en este lugar en el
que está la verdad. Obedecí.
Luego fuimos a
una buhardilla. Me invitó a
sentarme.
Comenzó a hablar.
Era finales de
invierno. Se presentía ya la primavera.
Fueron varios días,
pero no sé cuántos.
Sacaba un pan de
un armario. Tenía el verdadero sabor del pan. Nunca he vuelto a encontrar ese
sabor.
También tomábamos
vino. Tenía el sabor del sol y de la tierra.
La dulzura del sueño
caía sobre mí. Después me despertaba y bebía la luz del sol.
Hablamos de todo
como hacen los viejos amigos.
Un día me dijo: Ya
puedes irte en paz. Caí de rodillas y me abracé a sus pies. Caminé por las
calles y al poco tiempo ya no sabía volver a aquella casa. Nunca he tratado de
encontrarla.
Me acuerdo de todo
lo que me dijo. Pero temo recordarlo mal.
En el fondo de mí no puedo dejar de pensar y sentir que, a pesar de todo, me ama.
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