jueves, 27 de febrero de 2025

Bob Dylan y su encuentro físico con Jesús en 1978

 

El 10 de noviembre de 1978 en San Diego, en plena gira por Street Legal, un disco arriesgado y con una clara influencia góspel, alguien le lanzó un crucifijo al escenario. Bob Dylan lo recogió y se lo guardó en el bolsillo. Algunos días después, en Arizona, sentió una presencia de la que dijo que solo podía ser Jesús: Jesús puso su mano sobre mí. Fue algo físico. Lo sentí. Lo sentí sobre mí. Sentí todo mi cuerpo temblar. La gloria del Señor me derribó y me levantó.

En otro momento dice: En los años 60, la gente solía decir que yo era un profeta y yo protestaba: No, no lo soy. Pero ellos insistían: Sí, lo eres. Ahora salgo al escenario y les digo Jesús es la respuesta y entonces ellos responden: Oh, Bob Dylan, él no es profeta.

La madre de Bob Dylan (Betty) por su parte declara: En su casa, hay una Biblia inmensa abierta en un atril en medio de su estudio. De todos los libros que llenan la casa, esa Biblia es la que recibe más atención. Continuamente se levanta y se acerca para referirse a algo.

Bob Dylan señala que Cristo no es una religión. No estamos hablando de religión. Jesucristo es el camino, la verdad y la vida, como dice el Evangelio de Juan [...]. La religión es otra forma de atadura que el hombre inventa para acercarse a Dios. Pero ese no es el motivo de la llegada de Cristo. Cristo no predicaba una religión, predicaba la verdad, el camino y la vida.

El 19 de diciembre de 2022, Bob Dylan declaró en una entrevista concedida a The Wall Street Journal: Soy una persona religiosa. Leo mucho las Escrituras, medito y rezo, enciendo velas en la iglesia. Creo en la condenación y en la salvación, así como en la predestinación. Los cinco libros de Moisés, las epístolas paulinas, la invocación de los santos, todo eso.

Me preguntas sobre mí, pero es que yo me voy desdibujando cada vez más a medida que Cristo se va definiendo más y más.

martes, 25 de febrero de 2025

Manuel García Morente (1886-1942). Un encuentro sobrenatural.


Catedrático de Filosofía. 51 años.

Agnóstico. No creyente. (Quizás, muy cercano a la masonería.)

Exiliado en Paris. Si no hubiera huido lo habrían asesinado.

Viudo. Dos hijas y dos nietos en Madrid. Yerno -muy querido- asesinado en los comienzos de la guerra civil.

Muy amigo de Ortega y Gasset. Relación amistosa con Negrín.

Decano en la UCM destituido en 1936. Sustituido por Besteiro.

Solo. Sin dinero. Viviendo de limosna en un octavo piso.

Ni sabía rezar ni quería saber.

Entontecido, entumecido, deprimido, impotente.

Desgarro interior profundo.

Vida rota, descompuesta. Fracasada.

Fumando compulsivamente y consumiendo café en grandes dosis.

Y en esto llega la noche del 29 al 30 de abril de 1937: un encuentro sobrenatural.

En la radio, Berlioz: La infancia de Cristo.

Intensa emoción estético-religiosa.

De rodillas intentando rezar oraciones olvidadas.

Doce de la noche. Se queda dormido.

Se despierta sobresaltado.

Me puse de pie. Abrí la ventana. Bocanada de aire fresco. Me volví y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Él estaba allí. Pero Él estaba allí. Le percibía. Percibía su presencia. La percibía allí presente con claridad. Sin la menor duda de que era Él pues le percibía. Sé que Él estaba allí presente. Le percibía con absoluta evidencia. Convicción inquebrantable de que era Él. Su presencia me inundaba. Nada es comparable a esa inundación de gozo.

¿Cómo terminó la estancia de Él allí?

Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció.

Me dejó un gozo sobrehumano.

¿Cuánto duró todo?

Poco más de una hora. Desde las dos hasta después de las tres.

No se ha vuelto a repetir.