martes, 9 de junio de 2015

Daniel Faria murió el 9 de junio de 1999, un día como hoy.

La primera vez que entré en la iglesia sentí una fascinación: la fascinación de la luz. Mi funcionamiento interior es muy de fuego. La poesía me es dada. Yo la construyo. El poema se nos escapa totalmente. Hay poemas que brotan de pronto: aparecieron así, y yo no los puedo tocar. Los poemas se nos dan. Construirlos es un ejercicio de obediencia. Al construir el poema tomamos clara conciencia de que estamos trabajando con la materia de los silencios. Es preciso guardar la luz esencial, y para mí la luz esencial es siempre la luz de la mañana.  Me causa aflicción todo lo que muere. Me causa aflicción toda ausencia no anunciada. Injerto la luz en todo lo que nombro. Estoy en el interior de lo que arde. Ando ligero por encima de lo que digo y vierto la sangre dentro de las palabras. En medio de los incendios. En medio de lo oscuro pido una piedra incendiada. La tomo con ambas manos la llevo a mi boca y de las llamas bebo agua. Estoy entre paredes blancas. Cuatro paredes: mi celda, el frío, la soledad y mi catre. La luz entra siempre de noche. En aquello que no fui vine a encontrarme. Emprenderé solo el viaje sin ninguna piedra o senda repetida. Y en el tiempo repetido hallaré una salida una mañana después de una mañana. Guarda la mañana todo lo demás se puede descarriar. Socórreme, devuélveme la levedad. Sobre el agua estaré libre de caminos. No dejes el candil encendido. Duerme: me basta esa luz. No me doblega la vejez ni el peso del cráneo sino los ojos cansados del dolor de no verte. Sólo el pájaro vive para el vuelo. Nadie me llama. Escucho el talón del pájaro sobre la flor y no respondo.
Explicación de los árboles y de otros animales. Edición bilingüe de Luis María Marina. Ediciones Sígueme.

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