En La nube del no-saber, capítulo 67, se puede
leer " .. sí, tú y Dios sois tan uno que tú (y todo verdadero
contemplativo) puedes ser llamado divino en un sentido verdadero". ¿Por
qué y de dónde vienen aquéllas dificultades? Algo fuertemente reprimido,
quizás, lo más reprimido de todo: el hombre prefiere concebirse como animal o
máquina antes que como divino. Será difícil que llegue a aceptar que está en un
proceso de divinización, pero que ya es divino, no en un cierto sentido, sino
en un sentido crucial y verdadero, aunque toda su naturaleza no haya sido
todavía divinizada.
Veamos lo que
dicen, al respecto, los libros sagrados. Por ejemplo, el salmo 82 (81),
versículo 6, dice: "Yo declaro: Aunque seáis dioses e hijos del Altísimo
todos". Es una de las pocas declaraciones explícitas que pueden encontrarse
sobre nuestra naturaleza divina. Es curioso que en Juan 10, 34-35 Jesús retoma
esta declaración confirmándola con toda su autoridad: "Jesús les replicó:
¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo que sois dioses. Pues si llama
dioses a los que recibieron un nombramiento divino, y esta frase de la Escritura no se puede
anular".
Aquí surge la
duda crucial: ¿es peligroso que el hombre se considere dios? ¿Es esa su gran
tentación? ¿Es esa la gran falsedad? ¿No es, precisamente, el argumento que utilizó
la serpiente y que ocasionó la expulsión del paraíso?: "Lo que pasa es que
sabe Dios que, en cuanto comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como
Dios, versados en el bien y el mal" (Génesis 3, 5).
No dice, pues,
que lo son (Dios) sino que serán como Dios. Pero más adelante parece que el
mismo Dios confirma el juicio de la serpiente: "Si el hombre es ya como
uno de nosotros [extraño plural], versado en el bien y el mal, ahora sólo le
falta echar mano al árbol de la vida, coger, comer y vivir para siempre"
(Génesis, 3, 22).
¿Cuál es,
entonces, el pecado del hombre? Kafka, en los aforismos de Zürau escribe algo estremecedor: "No somos pecadores sólo por
haber comido del Árbol de la
Ciencia , sino también porque aún no comemos los frutos del
Árbol de la Vida.
Pecador es el estado en que nos encontramos,
independientemente de la culpa". ¿Y, bien, cuál es el árbol de la vida,
del cual nos falta comer? ¿Cuál es nuestro pecado?
Yo creo que
nuestro pecado es huir de nuestra naturaleza divina que se hace clamor en la
persona y la vida de Jesús. Lo que él sea lo somos, realmente, nosotros
también. Si el tiene una naturaleza humana y otra divina: nosotros, lo mismo,
con él.
O sea, que hay
como un presentimiento de un cambio radical, de algo que está en ciernes, que
debe cumplirse, pero que tarda en realizarse.
Hay dos citas al
respecto enormemente elocuentes: "Los hijos de Dios lo somos ya, aunque
todavía no se ve lo que vamos ser; pero sabemos que cuando Jesús se manifieste
y lo veamos como es, seremos como él". (1 Juan 3,2)
¿Se hará
realidad eso que ya somos? ¿Pero, ya lo somos? Pablo en su genialidad lo
presiente: "De hecho, la humanidad otea impaciente aguardando a que se
revele lo que es ser hijos de Dios" (Romanos, 8, 19).
Tenemos, pues,
un problema de identidad. Parece que procedemos por evolución de otras especies
anteriores (no tenemos por qué aceptar que sea por selección natural) pero que
hemos devenido otra cosa que no sabemos muy bien qué sea. Algo difícil de
aceptar: una naturaleza divina. Una realidad ambigua: "Hagamos a un hombre
a nuestra imagen y
semejanza. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó" (Génesis
1,26-27).
No sabemos lo
que quiere decir imagen y semejanza. ¿Fue Jesús la autorrevelación del hombre
como divino? ¿La autorrevelación de Dios como hombre? ¿En el límite, el hombre
deviene Dios? ¿En el límite, Dios deviene hombre? ¿Por qué, entonces, estamos
expulsados del paraíso?
Nuestro pecado,
ahora, sería no volver, humildemente, allí. De su mano. Oigamos la
invitación de Kafka, a través de Roberto Calasso (El esplendor velado): Hay una presencia permanente,
invisible. Un obstáculo inmenso e insalvable nos impide percibirla. Este
obstáculo es la expulsión del Paraíso en sí misma. La expulsión del Paraíso es
un proceso eterno. Como lo indestructible, también el Paraíso puede permanecer
escondido, puede ser invisible. "Es
perfectamente imaginable que el esplendor de la vida esté dispuesto, siempre en
toda plenitud, alrededor de cada uno, pero cubierto de un velo, en las
profundidades, invisible, muy lejos. Sin embargo, está ahí, no hostil, no a
disgusto, no sordo, viene si uno lo llama con la palabra correcta, por su
nombre correcto. Es la esencia de la magia, que no crea, sino llama".
"Oh hermoso instante, versión magistral, jardín salvaje. Doblas la esquina
al salir de la casa y en el cammo del jardín te sale al encuentro la diosa de la Fortuna ".
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