Lo del Real Madrid necesita una hermenéutica especial.
(O una exégesis particular.)
En cualquier caso, es un fenómeno peculiar porque
no deja indiferente a nadie y menos a los que le odian con odio cainita,
enfermizo y patológico.
Podríamos hablar de los niveles clásicos de interpretación:
literal, metafórica, alegórica o simbólica.
O podríamos recurrir a una interpretación mítica, religiosa,
metafísica, filosófica o, simplemente, positivista (mercantil, empresarial.)
Voy a contar un hecho que nadie sabe y que para mí
es tan significativo como explicativo. El día de la muerte de Santiago Bernabéu
(junio de 1978) nosotros teníamos 24 años. Disfrutábamos de la libertad de la
primavera madrileña, llena de mágicas noches, encuentros inesperados y descubrimientos
insospechados. Pero tuvimos una inspiración, que para alguien que se había desentendido
de las peripecias madridistas a los 17 años, tenía mucho mérito seguir. Esta inspiración
se asemejaba al daimon que aconsejaba a Sócrates en determinadas situaciones
cotidianas.
Id a la capilla ardiente de Santiago
Bernabéu.
La capilla estaba en el estadio de fútbol. Y allí fuimos
sin dudar. (Al principio el consejo se nos antojaba una parodia de James Joyce.)
Lo que viene ahora puede parecer un sueño, una ensoñación,
una mera fantasía, un corto surrealista de Buñuel o algo meramente kafkiano.
Pero fue real pues hay dos testigos.
Todas las puertas del estadio estaban abiertas. El
paso franco. Ningún portero. Entramos, no había nadie por ningún sitio. (Era el
paso indefinido de la tarde a la noche.) Nadie. Llegamos orientados por nuestro
daimon a la sala donde estaba el féretro cerrado, solo, como abandonado.
Nadie lo velaba.
Parecía un catafalco fantasma como los que el que
escribe ponía cuando era monaguillo (de Trento. Odio el Vaticano) en la iglesia
de la barriada arrabalera donde había nacido y criado en los funerales que podían
ser, por cierto, de tres categorías.
Nos quedamos estupefactos. Estábamos solos en un estadio
mortalmente vacío. ¿Dónde estaba la gente?
Y él, lo más importante, solo, reposando en su
obra. Abandonado.
Salimos, entraba la noche, nadie parecía.
Muy impresionados. Algo confundidos. Mucho
estupefactos.
Y comprendimos para siempre que el alma (espíritu)
de este hombre, abandonado por los suyos en el momento supremo del paso de la
muerte a la vida (sic), jamás abandonaría la obra de sus manos.
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