viernes, 19 de abril de 2024

El alma del Real Madrid

 

Lo del Real Madrid necesita una hermenéutica especial.

(O una exégesis particular.)

En cualquier caso, es un fenómeno peculiar porque no deja indiferente a nadie y menos a los que le odian con odio cainita, enfermizo y patológico.

Podríamos hablar de los niveles clásicos de interpretación: literal, metafórica, alegórica o simbólica.

O podríamos recurrir a una interpretación mítica, religiosa, metafísica, filosófica o, simplemente, positivista (mercantil, empresarial.)

Voy a contar un hecho que nadie sabe y que para mí es tan significativo como explicativo. El día de la muerte de Santiago Bernabéu (junio de 1978) nosotros teníamos 24 años. Disfrutábamos de la libertad de la primavera madrileña, llena de mágicas noches, encuentros inesperados y descubrimientos insospechados. Pero tuvimos una inspiración, que para alguien que se había desentendido de las peripecias madridistas a los 17 años, tenía mucho mérito seguir. Esta inspiración se asemejaba al daimon que aconsejaba a Sócrates en determinadas situaciones cotidianas.

Id a la capilla ardiente de Santiago Bernabéu.

La capilla estaba en el estadio de fútbol. Y allí fuimos sin dudar. (Al principio el consejo se nos antojaba una parodia de James Joyce.)

Lo que viene ahora puede parecer un sueño, una ensoñación, una mera fantasía, un corto surrealista de Buñuel o algo meramente kafkiano. Pero fue real pues hay dos testigos.

Todas las puertas del estadio estaban abiertas. El paso franco. Ningún portero. Entramos, no había nadie por ningún sitio. (Era el paso indefinido de la tarde a la noche.) Nadie. Llegamos orientados por nuestro daimon a la sala donde estaba el féretro cerrado, solo, como abandonado. Nadie lo velaba.

Parecía un catafalco fantasma como los que el que escribe ponía cuando era monaguillo (de Trento. Odio el Vaticano) en la iglesia de la barriada arrabalera donde había nacido y criado en los funerales que podían ser, por cierto, de tres categorías.

Nos quedamos estupefactos. Estábamos solos en un estadio mortalmente vacío. ¿Dónde estaba la gente?

Y él, lo más importante, solo, reposando en su obra. Abandonado.

Salimos, entraba la noche, nadie parecía.

Muy impresionados. Algo confundidos. Mucho estupefactos.

Y comprendimos para siempre que el alma (espíritu) de este hombre, abandonado por los suyos en el momento supremo del paso de la muerte a la vida (sic), jamás abandonaría la obra de sus manos.

 

 

 

 

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