miércoles, 1 de mayo de 2024

Eric Voegelin (1901-1985)

 La victoria, a veces, oculta la derrota. Por ejemplo, en los últimos 500 años se ha producido un fenómeno extraño y difícil de explicar:

La división en el seno del cristianismo produjo las guerras de religión entre enemigos irreconciliables: católicos y protestantes.

Cuando se produjo el asalto revolucionario de los iluminados (regicidio y deicidio) los, antaño, enemigos se unieron para luchar contra la revolución.

Cuando el comunismo amenazaba a católicos, protestantes, laicos (ilustrados, liberales) todos, una vez más, se unieron para hacer frente a la nueva ideología.

Y, por último, cuando el nacionalsocialismo se enfrentó a todos ellos para imponer un nuevo orden ideológico, los antiguos enemigos se unieron para derrotarlo.

Y, atentos, no se me ocurre ninguna situación histórica que haga que católicos, protestantes, ilustrados, comunistas y nazis se pudieran unir contra un nuevo enemigo (ideológico) común.

Es, pues, el final de esta carnicería. Porque Toda ideología contiene una pizca de verdad. Pero no la verdad.

Somos unos pocos los que sabemos estas cosas. Y nos estamos muriendo.

Cada nueva conquista revolucionaria conllevaba una nueva y más desastrosa revolución. ¿Y así, eternamente? No.

Estamos a la espera de un nuevo comienzo lejos de toda ideología.

Profetas, filósofos y santos. Esto es lo que necesitamos para el nuevo comienzo.

Con todas estas ideologías todo ha funcionado siempre muy mal: por eso la sabiduría es también una meditación sobre los errores del pasado.

Nada puede cambiar a mejor apoyados en una ideología.

Mejor sería que los cambios sociales, en lugar de ser pendulares o revolucionarios, se atuvieran a la ley griega de la balanza. Necesitamos asentarnos en el ámbito inabarcable donde moran los dioses y los hombres.

Tenemos que analizar las ideologías basándonos en la filosofía griega clásica y cristiana.

Existe el mal. El mal moral y el religioso. No se puede luchar contra el mal solo con moralidad y humanidad.

Hay que resistir al mal. Para ello necesitamos nuevas personalidades religiosas. O en el marco institucional o, si no, fuera del marco institucional. (Salirse de la Iglesia y llenar las iglesias.)

La secularización extrema y el humanitarismo permitió el nacionalsocialismo antijudío y anticristiano.

(El antisemitismo es una forma disfrazada de anticristianismo, pensaba Freud en 1938, no antes.)

Hay que combatir una fuerza maligna, satánica que triunfa porque es atractiva: luciferina.

No tenemos una base común de lenguaje con los representantes de las ideologías dominantes. Viven en una segunda realidad (Musil). No en nuestra realidad común. Han corrompido el lenguaje.

La segunda realidad produce alienación, rechazo a percibir y deformaciones y aberraciones cognoscitivas.

Los ideólogos no consienten que se analicen sus premisas pues eso haría estallar sus sistemas aberrantes. Una parte de la realidad queda excluida y eso hace que sus sistemas sean falsos.

La filosofía es lo contrario a la filodoxia predominante. (Doxa es mera opinión.)

Todas niegan la tendencia inevitable hacia el fundamento divino de nuestra existencia. Esto es lo que los ideólogos excluyen. Ese es su truco.

Y eso es, precisamente, lo que los profetas de Israel, la filosofía griega (Platón y Aristóteles) y el cristianismo hicieron aflorar y dio lugar al nacimiento de la Razón. Ese momento es un Antes y un Después en la historia. Y no podemos tolerar que quieran acabar con ello. Solo podemos salir de -o evitar- la alienación o el rechazo de la realidad volviendo -o manteniéndonos- en el fundamento divino de nuestra existencia.

Ahora vivimos en un estado de desorden por el alejamiento del fundamento divino. Hay que crear un nuevo orden existencial (personal, social e histórico.)

Este alejamiento es voluntario. Y es una patología porque nos conduce a abandonar nuestra propia humanidad. Es una patología de orden social e histórico con consecuencias personales gravísimas. Es como negar la Razón en nombre de la propia Razón.

Ese momento histórico iluminó el hecho de que el hombre encuentra su verdadera naturaleza mediante el descubrimiento de su verdadera y auténtica relación con Dios. No es, pues, el hombre la medida de todas las cosas (Protágoras) sino Dios. En eso coinciden judíos, griegos y cristianos. Cualquier ataque a uno de esos pilares es un ataque a la totalidad. La verdad del hombre y la verdad de Dios son de un modo irreversible una.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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