El vigente milenio
(del que llevamos consumidos ya 24 años) está -y lo va a estar todavía más- dominado
por una fuerza brutal y aniquiladora de la pareja humana, de la naturaleza y de
toda divinidad verdadera.
Esta fuerza
descomunal y ciega, aunque única, se expresa de tres formas:
Mundialismo, que pugna por la desaparición de todas las
patrias y comunidades nacionales y la consiguiente disolución de todas las raíces
históricas de todos los pueblos de la tierra menos las de uno, curiosamente aquél
que nunca tuvo una patria.
Americanismo, que abole toda forma cultural basada en las
distintas expresiones de la belleza sempiterna. En su lugar impone e impondrá lo
feo, lo deforme, lo vulgar y lo más depravado entre lo más depravado.
Comunismo, que impone una nivelación masiva de
todos los individuos, la erradicación de las diferencias y de toda excelencia y
jerarquía entre los superiores y los inferiores.
Mundialismo,
americanismo y comunismo están sometidos de forma salvaje al dominio voluntario
y entusiasta de la técnica en todas las modalidades posibles. No tienen ellos a
la técnica, es la técnica la que los domina y los subyuga y nos subyugará a
todos durante el milenio.
Es una simbiosis
inextricable entre estas fuerzas omnímodas y la técnica. Se refuerzan
mutuamente de un modo avasallador.
Esto solo lo
saben unos pocos.
Esos pocos, de generación
en generación, se pasarán el testigo – de un modo casi secreto- hasta que
llegue (si esta alianza no acaba con todo antes) un nuevo renacer de la existencia
humano-divina. Una nueva alianza salvadora entre hombres y dioses.
Si alguien te
habla de esperanza es que no se ha enterado de la magnitud del infierno (lasciati
ogne speranza) en el que ya estamos y el que nos espera.
Solo unos pocos están
llamados a no perecer en este diluvio universal contra el espíritu y lo divino.
Serán los ocupantes espirituales de una nueva Arca (invisible) pero más real que la de Noe.
Por las entradas anteriores
ya sabéis de qué armas irán armados durante esta travesía milenaria.
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