Con ocasión de la incorporación a la carrera espacial de China, India,
Japón, junto con Usa y Rusia, se han llevado a cabo experimentos decisivos para
determinar si se puede mantener el heliocentrismo o si, por el contrario, hemos
de volver al geocentrismo en alguna de sus versiones, no forzosamente la ptolemeica.
Los experimentos son secretos y el compromiso de todos los países ha sido no
comunicarlos por separado antes de haber hecho una evaluación conjunta de todos
ellos. Todos los experimentos efectuados –desde 1871-- para detectar el
movimiento de traslación de la Tierra han sido o nulos o fallidos. Copérnico,
Kepler, Galileo y Newton, si los hubieran conocido, probablemente, se habrían
conformado y habrían renegado de su heliocentrismo. Pero las creativas
interpretaciones de Einstein (y Poincaré) de los mismos convencieron a los
poderes científico-políticos que con la interpretación einsteniana se podría
seguir adelante, por lo menos unos cuantos años más.
El caso es que, sobre la conjetura de la inmovilidad de la Tierra, los científicos
de la antigüedad desarrollaron un sistema práctico que predecía los principales
fenómenos celestes. Y como dice Lincoln Kinnear Barnett en su El universo y
el doctor Einstein (1948) con prólogo aprobatorio de Einstein:
Su suposición era natural, pues no podemos sentir nuestro
movimiento a través del espacio; ningún experimento físico ha demostrado que la
Tierra está realmente en movimiento (Página 63, traducción castellana.)
Los cohetes espaciales nos han permitido salir de la Tierra y nos han dado
la posibilidad de hacer un experimento físico con un control de variables
estricto y total --fuera del planeta, pues dentro era imposible—en el que
participaran varias academias científicas. Esto decidió a la fuerza ideológica
que rige el planeta a llevar a cabo, en este preciso instante histórico, el
citado experimento.
Ya en la novela de Thomas Mann (1924), La montaña mágica, uno de los
personajes centrales (Naphta) habla de esta posibilidad.
Si los signos no nos engañan, también el valor de la escolástica
será restituido; el proceso ya está en marcha. Ptolomeo habrá de triunfar sobre
Copérnico. La tesis heliocentrista encuentra cada vez mayor resistencia del espíritu
y es muy posible que sus efectos terminen conduciendo a esa meta. La filosofía obligará
a la ciencia a devolver a la Tierra al lugar de honor en el que la colocaba el
dogma religioso. (Página 574, traducción
castellana.)
Han pasado 100 años. En este aspecto la novela es profética
(Por cierto, en esa novela se encuentra codificada y cifrada mucha
información sobre quién es la fuerza que rige los destinos de la humanidad. Y
mediante qué periodos temporales se rige: 1517, 1717, 1917…)
En la reunión de todas las Academias participantes se decidió que la prueba
experimental da la razón al geocentrismo.
Efectivamente, una adaptación del experimento de Michelson-Morley (de 1887)
sí da positivo fuera de la Tierra y, en consecuencia, detecta el movimiento de
la nave, el satélite o el planeta donde se ha realizado. Parece ser que se ha
logrado replicar en naves espaciales, en la propia Luna y, hasta, en Marte.
O sea, el hecho de que en la Tierra no se detecte el movimiento cuando se
hace el experimento aquí es porque la Tierra no se mueve no porque sea
imposible detectar su movimiento relativo.
Hay que tener en cuenta que todos los participantes eran a priori
--y de un modo absoluto-- partidarios de la interpretación relativista de
Einstein: no hay un centro primordial en el universo y cualquier punto del
universo puede reivindicar esa posición. Por tanto, Michelson-Morley en cualquier
punto cósmico daría negativo.
Lo curioso es el resultado de la votación: ningún voto en contra, pero solo
el 50% a favor. (El otro 50% se abstuvo porque prefieren interpretar los
resultados en el sentido que se da en matemáticas a las proposiciones
formalmente indecidibles o en teoría de números a los axiomas independientes.)
Con respecto al asunto de cómo, primero, comunicar esta resolución a
la comunidad científica --que no tiene criterio propio-- y, segundo,
explicar a la masa el alcance que esto tiene no hay acuerdo.
La Academia de Ciencias Vaticanas no quiere quedar como ganadora y no se
opone a mantener el secreto. Considera que hay que preparar el terreno, pero
muy lentamente. En esa postura están los países de raíz católica.
Los países de raíz protestante temen que la gente deje de venerar como una religión
a la ciencia. Que se hagan escépticos o no creyentes y, por tanto, mucho menos
gobernables. Además, temen por el porvenir de la teoría evolutiva. Podría ser
el próximo hito en caer.
Los comunistas no quieren ni ganadores ni perdedores y abogan por difundir
el mensaje de que solo la ciencia es capaz de hacer una cosa así. Se niegan a
que se pueda plantear una nueva visión del hombre y menos aún que se introduzca
la noción de Dios de nuevo con el trabajo histórico que, según ellos, “nos ha
costado eliminar”.
¿Hasta cuándo mantendrán el secreto de sus deliberaciones? ¿Y que pasará
cuando esto se difunda orbi et orbe?
(Artículo aparecido en ruso en una web “profunda” traducido a partir
del traductor de Google con correcciones propias.)
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