martes, 4 de marzo de 2025

Paul Claudel (1868-1955). Ocurrió en Notre Dame de París.

 Un joven materialista sin ningún conocimiento de carácter religioso. Con una gran sensibilidad poética, sin embargo: Arthur Rimbaud hizo mella, previamente, en su cárcel materialista.

Pero los católicos le resultaban ridículos. No conocía a ninguna sacerdote. En su casa su hermana tenía una Biblia (protestante.)

El 25 de diciembre entra en Notre Dame de París.

El coro canta el Magnificat. (Pero él entonces no sabía nada de ese canto.)

Y entonces se produjo el hecho que dominó a partir de entonces toda su vida. En un instante su corazón fue tocado y creyó.

27 años después se avino a contar algo de lo sucedido. No todo:

Sufrí una conmoción de todo mi ser. Tuve de repente un sentimiento de la inocencia, una revelación inefable. Cuando intento reconstruir los minutos que siguieron a ese instante extraordinario reconozco un único rayo. Rompí a llorar y a sollozar, y el canto adorable del Adeste contribuyó a mi conmoción. Experimenté también un sentimiento de terror, de espanto. Como dice Rimbaud: la lucha espiritual es tan brutal como la pelea a muerte entre los hombres.

¿Qué me importaba todo el mundo comparado con este ser maravilloso que se me había revelado en un instante?

Había escuchado una voz dulce que no dejaría de resonar desde ese momento dentro de mí.

Se despertó mi alma. Se despertaron mis facultades poéticas sepultadas por mis prejuicios y mis miedos infantiles. Por fin volvía a respirar y la vida penetraba por todos mis poros.

Un relámpago que trastorna, un instante que no acaba, una flecha que hiere y cura, una conmoción cierta, segura, irreversible. Una mutación general de toda la personalidad.

Como Pablo, Agustín, Pascal.

Como Simone Weil, Manuel García Morente, Bob Dylan.

 

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