La Música callada de
Mompou fue mi primer contacto con la música clásica. Era la sintonía de cierre
de Radio Nacional en la época de mi infancia. Mi padre dejaba la radio puesta por
la noche y desde la cama escuchábamos esas notas sublimes. Era muy niño. Cuando
ya adulto escuché ese maravilloso disco las reconocí al instante.
Mi primer contacto con la
filosofía tendría lugar a los 12 años (1965). El padre Salvador Gómez Nogales,
eminente arabista y especialista en Averroes, una tarde de verano en un prado
de El Puerto de Béjar (Salamanca) a un grupo de niños nos informó que un
ilustre pensador español había dejado escrito que Yo soy yo y mis
circunstancias. El mismo que en un viaje memorable a Salamanca nos enseñó
el aula donde Fray Luis había pronunciado su famoso frase: como decíamos
ayer. Y el pozo que atormentaba a Unamuno. Y tantas cosas que dieron
densidad metafísica a mi infancia. Porque la infancia sino es metafísica es
poca cosa más que un tiempo de paso. Y para mi no fue un tiempo de paso. Sino
el tiempo por excelencia. Lo que ha venido después no se le puede comparar en cuanto
a profundidad.
La primera vez que vi un partido de
fútbol por televisión (1960) no estaba generalizado el uso de los aparatos
domésticos correspondientes. Lo vi en un prototipo que le habían dejado al
padre en el patio del colegio. Fue un Madrid- Peñarol. Una tarde noche de
septiembre. Cinco-uno.
La primera vez que vi a Franco
fue en León, en el congreso eucarístico de 1964. Lo volví a ver en el de
Sevilla en 1968. Siempre me dejó perplejo su figura. Perplejidad que se
volvería alucinación cuando tuve acceso a su vivienda familiar en El Pardo.
Lo de los congresos eucarísticos se
debía a que había sido investido como cruzado eucarístico después de la primera
comunión. Todavía conservo en algún sitio el carné acreditativo. Niño, pero
cruzado con casco, espada, lanza, puñal y la cruz roja en el pecho. Un
verdadero combatiente y no la trivialidad de la mili que padecería tiempo
después.
La primera vez que escuché Yesterday
fue en la radio (12 años). Estaba yo solo en casa. Una sola vez y ya me la
supe.
La primera vez que pensé que
algún día me moriría tenía 6 años y estaba solo en casa.
El maestro de primaria a los 7 años,
pero, sobre todo, profesor de solfeo desde los 6 hasta los 10 años fue Don
Manuel García de la Navarra. Fue quien me enseñó los acordes principales de la
guitarra.
A Fidel Castro, figura familiar
desde 1959, lo conocí por el NoDo. En el año 1986 lo conocería personalmente. Qué
decepción. La política internacional siempre fue mi debilidad. Desde muy
pequeño -por la radio y por la prensa- me eran familiares los nombres de los
principales políticos y presidentes del mundo entero.
No deseaba para nada que la
infancia se terminara. De hecho, ese hecho (sic) evolutivo lo viví con
desagrado. Los cambios corporales hacia la virilidad no me ilusionaban. Pero la
infancia terminó con el viaje y descubrimiento de Mallorca. Esa luz, ese
paisaje y ese mar y sus acantilados se quedaron para siempre en mi alma como el
lugar de mi paraíso perdido.
La imagen de la primera vez que
vi el césped verde iluminado del SB nunca se me ha borrado. Desde fuera del
campo. No tenía dinero para comprar la entrada.
Era normal que en mi casa hubiera
agua corriente, pero nunca en la infancia hubo agua caliente ni calefacción. Fue
una infancia fría. Además, en el pueblo de los abuelos -en La Alcarria- ni agua
corriente, ni luz ni, por supuesto, baño. Cómo agradezco haber conocido la vida
rural ancestral: candil por la noche, la cuadra para las necesidades y las
trébedes para cocinar y calentar la leche de cabra de los desayunos
inmemoriales. La matanza del cerdo. El horno común para hacer el pan, el
lavadero municipal, las eras, los trigos y la miel. El vino de las humildes
bodegas caseras. Los rebaños de ovejas y cabras. Las mulas pacientes. Los
borriquillos humildes. Y toda la oferta de pájaros de la vega. Rio Badiel que
humilde eras. Pero con deliciosos cangrejos.
Muy pronto me enteré -al ser
capaz de descifrar códigos secretos familiares- que el tío Benigno había sido
martirizado en la Guerra sin que nunca apareciera su cuerpo. Y que un abuelo
había estado varios años en la cárcel condenado por auxilio a la rebelión. En
fin.