Nunca veo programas televisivos cuyas señas de identidad explícitas son la zafiedad y la vulgaridad extremas, pero como se trataba de Rosalía hice una excepción el lunes 10 de noviembre.
¿Cómo pudo una artista tan
extraordinaria como ella someterse a ese sarnoso escrutinio? Ese ataque diario
y sin escrúpulos a la estética y a la ética e, incluso, a lo religioso.
(¿Era necesario degradarse y
rebajarse hasta ese extremo?)
El responsable, un tarado estético
y moral, incapaz de efectuar ninguna pregunta profunda ni de hacer ningún comentario
interesante sobre el último disco de la artista ni sobre nada.
(Ese no es un espacio para
alguien que sabe quién es, por ejemplo, Simone Weil.)
Cualquier intento por hablar de
las características más originales de su trabajo eran inmediatamente abortadas
por ese castrado moral cuya alma está llena de pústulas.
Que es un payado teledirigido por
los del mandil se hizo notar inmediatamente. La primera pregunta contra ¿todo
pronóstico? fue sobre el anterior vicario, por si Rosalía mordía el anzuelo
y arrojaba un poco de estiércol sobre el actual.
No fue el caso.
Cuando le preguntó sobre sus prácticas
cuantitativas, ella intentó enseñarle que el sexo primero se niega, luego se
reprime, más tarde se acepta, luego, en el mejor de los casos, se sublima y, finalmente,
es posible incluso llegar a comprender y practicar, como hizo Gandi, la
castidad.
Pero para este indigente mental solo
cuenta la cantidad y Rosalía solo sabe de cualidad.
Entonces, me pregunto, qué hace Rosalía
con un súcubo como ese.
Por qué dar las cosas bellas o
santas a los cerdos.
Rosalía cuídate de tu propia España,
cuídate de los nuevos poderosos, cuídate de los que te aman, cuídate del futuro
y aparta de ti ese cáliz que quieren que bebas para matar tu alma.
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