viernes, 22 de marzo de 2013

Ödön von Horváth


Ödön von Horváth, in memoriam
de Klaus Mann, 1938

(...) Tenía una manera característica e inolvidable de hablar de las cosas horrendas que aparecían en sus anécdotas, divirtiéndose como un niño, pero con una risa amenazante que parecía querer decir: sí que es entretenido, curioso e interesante este mundo tan siniestro y degenerado, lleno de absurdos y horrores. Pero, por otra parte, deberíamos hacer algo para que fuera mejor y más razonable, un poco menos tragicómico.
Puesto que el poeta también era un moralista. No tanto por sus conclusiones y conocimientos sociales o económicos, más bien por un don religioso. Dado que creía en Dios y que se ocupaba mucho de él en su interior, no era capaz de disfrutar del bien y del mal como de un enorme espectáculo. También lo odiaba, y finalmente llegó a luchar contra ello – con los medios de las que disponía: con poesía.
Si no hubiera sido en el fondo un moralista, habría podido entenderse con la Alemania nazi, en la que no había nada en contra de los “arios” húngaros, y donde su preferencia por lo grotesco le habría hecho divertirse mucho. Sin embargo se separó absolutamente del tercer Reich: primero por buen gusto; después por tener una actitud moral, en el sentido más serio y hondo de la palabra. Temblaba ante el mal, que cada día triunfaba desvergonzado en el tercer Reich. La novela “Juventud sin Dios”, que publicó en el exilio, está llena de este escalofrío estremecedor, desde la primera hasta la última línea. (...)

(Traducción de Klära Körral)

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