Picasso hizo buenas amistades con artistas franceses, entre ellos Max
Jacob, poeta y pintor judío convertido al catolicismo. Esta amistad llevó a
Jacob a hacer a Picasso una petición insólita: que fuera su padrino de
Bautismo. Opinaba que, al ser español, su amigo tendría muy interiorizada la
fe.
Pablo Picasso hizo a lo largo de su vida profesión formal de ateísmo. Aceptó, sin embargo, la petición, y fue el padrino en una ceremonia de
Bautismo en la capilla parisina de Notre Dame de Sion el 18 de febrero de 1915.
Aquel día regaló a su ahijado un ejemplar de La Imitación de Cristo (Kempis),
en el que redactó esta dedicatoria: «A mi hermano Cyprien, Max Jacob, en
recuerdo de su Bautismo». Cipriano fue el nombre elegido por el nuevo
cristiano, al parecer en recuerdo de un obispo de Antioquía que fue mago antes
de convertirse. Todo un ejemplo de que Picasso sabía anteponer la amistad a sus
convicciones. Muchos años después, en 1941, Jacob, en sus Consejos a un joven
poeta, transcribiría una recomendación de Picasso: «Piensa en Dios y trabaja».
Max Jacob publicó en 1919 La defensa de Tartufo. Éxtasis, remordimientos,
visiones, oraciones, poemas y meditaciones de un judío converso, un libro
dedicado al pintor Juan Gris. En él, Jacob
relata sus dos visiones de Cristo.
En la primera, del 23 de septiembre de 1909,
cuenta haber visto a un hombre, insertado en el paisaje de uno de los cuadros
que estaba pintando, con una túnica amarilla y de largos cabellos. Estaba de
espaldas, pero se volvió por un instante y vio su boca y sus cejas. Convencido
de que era Jesús, Jacob tuvo una moción interna de que debía convertirse a la
religión católica. Habló con varios sacerdotes, aunque estos le dijeron que no
debía de precipitarse.
Pasaron cinco años, y el poeta acudió a un cine de
Montparnasse, el 18 de diciembre de 1914, para ver una película de aventuras, La
banda de las capas negras, según una novela del maestro del folletín, Paul
Féval. Quitó su abrigo de una butaca para que otro espectador se sentara, y al
mismo tiempo le pareció percibir en la pantalla un rostro entre una
muchedumbre, el mismo rostro del compañero de butaca. Salió enseguida del cine
y entró en una iglesia cercana para contarlo a un sacerdote. Este no solo no le
creyó, sino que le reprochó que frecuentara ese tipo de espectáculos. Pese a
todo, dos meses después recibió el Bautismo.
Tras haberse bautizado, se dio cuenta de que no podía eliminar la soberbia, la glotonería o la lujuria, pero a la vez su fe le
hacía capaz de escribir en ese mismo libro un poema sugerido por la adoración
eucarística a la que acudía por las mañanas en la basílica del Sacré- Coeur.