Una película de Pierre Schoeller.
Autor del guión y de la música, Scholler dirige una película sobre la práctica política cotidiana en la sociedad capitalista y de masas. No hay tramas ocultas ni conspiraciones que descubrir ni desvelar. Nada hay inconfesable. Todo es tal cual. Y el resultado es desolador. Es una cáscara vacía: dentro del poder no hay otra cosa que poder, lucha por el poder, mantenimiento del poder. Todo bastardo, prosaico, vulgar y despreciable. Dos mundos irreconciliables: por una parte, los ciudadanos masificados y domesticados y, por otra, una élite de políticos insustancial. Consumidos por una práctica mecánica, articulada, unidimensional, lejos de toda creatividad, de toda moral de servicio, en definitiva, absolutamente ciega. Ciegos que conducen a otros ciegos hasta el cataclismo final.
Producida por los hermanos Dardenne, que son toda una garantía de sobriedad, austeridad, sensibilidad moral y capacidad de poner el dedo en la llaga de las realidades europeas más dolorosas y desoladoras.
La película no es entretenida. Es muy exigente porque no hace concesiones. No las puede hacer porque lo que pone de relieve es de la máxima gravedad. Y no estamos para edulcoraciones. La cosa política está ya muy mal. Quizás no haya otra solución que acabar con esto de una vez y empezar de nuevo, estos es, de cero. O casi de cero. Otra vez. Una vez más.
Pareciera como si estuviéramos tocando ya el final de todo esto.
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