Hubo un tiempo en el que todo estaba abierto.
Desde mis 18 años hasta pasado los 30 años pude entrar a lugares hoy inaccesibles. Voy a poner algunos ejemplos.
Una noche, sería el año 1972, un amigo y yo entramos hasta la clausura del Monasterio de El Paular (Madrid.) Se nos había hecho de noche y se nos ocurrió entrar hasta donde fuera posible. Y así llegamos hasta el lugar en el que los monjes estaban cenando. Nos recibieron cordial y hospitalariamente y nos invitaron a cenar y a pasar la noche.
Al poco de morirse Franco pudimos entrar a visitar el palacio de El Pardo sin enseñar el DNI. Un señor muy amable nos enseñó todas las zonas privadas del Caudillo: el dormitorio, la biblioteca, el taller de pintura, la cocina, el comedor, el despacho, la sala de reuniones, la sala de cine y de teatro. En fin, nos hicimos una idea precisa y cabal de su vida doméstica y de sus frugales y austeras costumbres.
Un domingo que se nos ocurrió ir al Monasterio de El Escorial, no sé cómo ni por qué acabamos en la celda del Padre Prior. Todo hospitalidad agustiniana y amabilidad. Pues bien, nos enseñó lugares secretos y reservados que nadie podía ver y reliquias inverosímiles.
Era una época donde todavía se conservaba la confianza mutua, la hospitalidad y la fraternidad más espontánea. Nadie sospechaba de nadie. Hasta los 20 años yo siempre dormía con la puerta del portal y de la calle sin echar la llave.
No te digo ya si viajabas a lo que se llama ahora la España vaciada. Una noche perdidos en Nájera, sin habitación de hotel donde dormir, una mujer nos dejó pasar la noche en su casa. Lo curioso es que como nada estaba bajo llave, pudimos ver en un cajón o a simple vista todo el dinero que tenía. Lo equivalente ahora a 6000 euros.
Si se te ocurría recorrer la costa atlántica francesa desde el País vasco francés hasta Normandía, tranquilo. Aunque se te averiara el coche siempre había algún espontáneo lleno de bondad que te lo desmontaba y te lo montaba sin pedir nada a cambio. Y tú te fiabas y le dejabas hacer, aunque solo supieras después de todo el despiece que era obrero de la Citroën.
Lo de cómo logré llegar hasta los sótanos del MOMA en Nueva York no lo cuento porque nadie me va a creer. Pero así fue. Solo tuve que decir que venía de parte del director del Museo del Prado. Ah, entonces no hay nada más que decir. La cosa es que era verdad, pero no me pidieron ningún justificante. Podía habérmelo inventado.
En nuestro primer viaje a los EEUU pudimos visitar la Casa Blanca sin mostrar documentación alguna y sin pasar por ningún detector de metales. A pecho descubierto. No vimos a Reagan, pero casi todo lo demás.
Por volver a España, viajar por Galicia (interior o exterior), por Guipúzcoa o por el Valle de Arán era recibir la hospitalidad más sincera, amable y bondadosa. Una apertura de corazón y de alma hacia las necesidades más cotidianas del viajero.
En 1975 España era un paraíso para el viajero. Y lo siguió siendo hasta que llegaron los socialistas y todo se estropeó. Ahora es un paraíso para el turista.
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