Hace cincuenta años conocí a LTC, agustino recién ordenado sacerdote. No le había vuelto a ver desde entonces, pero nunca he olvidado lo que me contó aquel día en casa de sus padres en la calle M.I. de Madrid. Tampoco he olvidado su inocencia, su pureza de corazón y su bondad de alma. Un ser bienaventurado. Y he conocido a muy pocos. Estaba traumatizado. Por entonces, estaba destinado en la Argentina. LTC no tendría más que 25 años. (Sería el año 1976 o 1977). Su primera misión. Y había tenido que oír en confesión a un agente -no recuerdo si policía o militar u otra cosa- que se acusaba de infligir terribles torturas a detenidos tras el golpe militar. Él: joven, bueno, puro, incapaz de concebir una maldad de ese género tenía que dar la absolución a un ser depravado o degenerado. Nunca he olvidado su gesto, su desolación, su estupor de sacerdote recién ordenado.Esta confesión me ha acompañado toda mi vida.Le he vuelto a ver, por casualidad, no diré dónde. Lo he reconocido al instante. El mismo gesto, la misma sonrisa, la misma pureza. Ahora ya pura santidad.Como dice Raimon: Te he conocido siempre igual, el cabello blanco, la bondad en la cara, tus finos labios dibujan tu sonrisa de hombre, de amigo, de compañero consciente del peligro.En seres así se entiende a Pablo: no soy yo sino Cristo quien vive en mí.
lunes, 23 de junio de 2025
Homenaje a un padre agustino cincuenta años después
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario