La conciencia es un proceso cognitivo superior. Pero así como otros procesos sufren un desarrollo y son susceptibles de ser aprendidos, no hay que aprender a tener conciencia. Sobreviene. Se dice que es un proceso emergente. Tampoco puede ser programada: no puede ejecutarse en un dispositivo artificial. No puede desglosarse en pasos.
Percibo el color, pienso que algo es el caso, creo en la existencia del mundo, siento una fuerte melancolía… Soy consciente de que percibo, pienso, creo, siento…
Los estados de conciencia parecen tener siempre un contenido del que se es consciente. La conciencia del color rojo, por ejemplo.
Eso lleva a la conciencia de que se es capaz de percibir el color en general.
La capacidad de darse de cuenta de los propios procesos cognitivos: la metaconciencia.
También a la conciencia de que se tiene conciencia. Es la autoconciencia. En este caso el contenido del estado consciente sería la propia conciencia.
La conciencia y la atención. Están íntimamente relacionadas. Sin prestar atención no se podría ser consciente de nada. Pero, también, soy consciente de que tengo la capacidad de prestar atención.
¿Tiene sentido la existencia de la conciencia sola? ¿Puede concebirse un organismo que solo sea conciencia de que tiene conciencia? Muy dudoso.
Parece ser que en el caso del ser humano la conciencia cumple una función importante: permite el control de los propios procesos mentales y también da un sentido de unidad a la actividad mental.
Los estados de conciencia parecen organizarse en un continuo. Cabe pensar que a medida que los procesos mentales –en el curso de la evolución- se fueron haciendo más complejos, la conciencia de ellos se hizo más necesaria. La conciencia acompaña. Es una aliada. Una útil compañera.
Quizás, ciertos homínidos tenían conciencia pero no autoconciencia.
No puedo penetrar, no puedo experimentar, no puedo vivenciar más que mi propio estado consciente.
Fuerte vinculación entre el lenguaje humano y la conciencia. Parece difícil imaginar el uno sin la otra. ¿Surgen de la misma mutación? Sin lenguaje no hay conciencia. Pero sin conciencia no habría lenguaje en el sentido profundo.
Sin embargo, la conciencia no es la Reina, ni Dios, ni el Sumum, ni la Cumbre de lo humano… Tiene su función: centralizadora, controladora, unificadora. Los motivos profundos de la conducta humana son y seguirán siendo no conscientes. La conciencia es la punta del iceberg. ¿Por qué esto es así?
Evitar caer en el riesgo de idolatrar a la conciencia y más a la propia conciencia.
En un reciente experimento llevado a cabo por Tomasello se pudo observar cómo niños, antes de haber comenzado la adquisición del lenguaje, siguen la dirección de los ojos de otra persona, no de sus cabezas. Cuando el adulto miraba al techo solo con sus ojos, con su cabeza hacia delante, los niños miraban al techo. Sin embargo, cuando el adulto cerraba sus ojos y dirigía su cabeza hacia el techo, los niños no le seguían. Sin embargo, los chimpancés, bonobos y gorilas, muestran la pauta contraria: cuando el humano dirige los ojos al techo (la cabeza hacia delante) no siguen. Cuando el humano dirige la cabeza al techo (ojos cerrados) ellos siguen esa pauta. Los humanos somos sensibles a la dirección de los ojos en una forma que nuestros más cercanos “parientes” no lo son. ¿Por eso, quizás, el blanco de nuestros ojos es tan grande? ¿Para permitir que sigamos la dirección de la mirada de nuestros congéneres?
Todo en la especie humana está al servicio de la cooperación, de la interacción y del intercambio. ¿La conciencia también está sujeta a ese mismo impulso? ¿Es primero, antes que la propia conciencia, la conciencia de los otros? ¿La conciencia no sería entonces, más que un diálogo interior que reproduce, imita, interioriza apropiándoselo, el diálogo interpersonal, social primigenio, fundador, el cara a cara inicial, o mejor, el compartir la mirada, una mirada común?
En la película A primera vista (Irwin Winkler) se cuenta un caso real, uno de los 20 casos en los últimos 200 años, de un ciego de nacimiento que tras una operación recobra la capacidad de ver. El guión de la película sigue la exposición de Oliver Sacks, Un psicólogo en Marte, y, concretamente, el capítulo, "Ver y no ver". Efectivamente, una cosa es ver y otra percibir. El personaje, una vez que ha sido liberado de las cataratas congénitas que le impedían ver, tiene que empezar un complejo aprendizaje visual. En definitiva, tiene que aprender a ver. La visión, contra lo que pensamos ingenuamente, no es un proceso directo. No es un mero reflejo. Es una construcción inusitadamente compleja, una elaboración enormemente compleja. Algo mucho más incomprensible de lo que parece a primera vista.
En el capítulo "Ver y no ver" se reflexiona sobre el proceso de la visión a partir del caso de un hombre de cincuenta años prácticamente ciego desde la niñez debido a un problema de cataratas. Un buen día gracias a una operación realizada por un diestro oftalmólogo este señor recupera la función de los ojos, pero una vez que sus ojos vuelven a funcionar, ¿consigue él ver con normalidad? El sentido común nos dice que sí, que todo lo que se necesita para ver es un par de ojos, pero no es así. Al parecer existe un periodo crítico en el que debemos abrir los ojos y utilizarlos para familiarizarnos con ellos, si este periodo pasa no podremos aprender a ver con facilidad. Existen periodos críticos similares en otras muchas facultades humanas, como por ejemplo el oído o el lenguaje. Este último ya lo mencionamos en una entrada previa.
La alegría del paciente al recuperar la vista después de tantos años debió de ser inmensa, pero por desgracia no duró demasiado. Según describe el paciente, al quitarle las vendas de la operación vio, sí, pero una mezcla de movimiento, color y luz en un remolino sin sentido. La retina funcionaba, pero el cerebro no había aprendido a interpretar lo que veía. A pesar de eso disfrutó de su nuevo mundo lleno de colores y movimientos aunque nunca llegó a entenderlo del todo. No entendía las distancias, confundía lo próximo con lo lejano, las sombras le dejaban perplejo e incluso confundía a su perro y su gato si no los tocaba. Del gato veía sus partes, las patas, la cola, las orejas, pero no veía un conjunto integrado, un gato completo.
Los ciegos viven en el tiempo, sus impresiones son secuenciales, primero una cosa y después otra. Los que vemos vivimos en el espacio, una cosa a la izquierda y otra a la derecha. La mera idea del espacio es extraña para ellos. Para esta persona las formas eran muy difíciles. Sobre todo entender que un mismo objeto tiene apariencias distintas desde distintos puntos de vista. Esto lo aprendemos siendo niños sin aparente esfuerzo, a pesar de ser un problema computacionalmente muy complejo.
Y un mayor reto todavía lo presentaban los objetos animados, como por ejemplo las expresiones faciales. Tampoco comprendía las representaciones bidimensionales de los objetos y no era capaz de reconocer a la gente en las fotografías.
En el texto se hace referencia a otros pacientes enfrentados al reto de empezar a ver siendo adultos. Muchos de ellos ante la fatiga que les produce la visión deciden volver a comportarse como ciegos y se niegan a ver. Se les exige un cambio muy grande, pasar de un mundo en el tiempo a un mundo en el espacio.
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