Tiro en la cabeza (2008)
Jaime Rosales.
Observar, mirar, ver, percibir y atender.
Esta es una película sonora pero, en cierto sentido, muda. Una cámara con enormes teleobjetivos sigue de un modo, a su vez, “objetivo” las andanzas de un hombre del que no sabemos nada más que lo que nos muestra la cámara. Que pretende que sea todo. Por supuesto, como digo, no oímos las conversaciones que mantiene con todo tipo de interlocutor. Tan sólo se oye el ruido o el sonido ambiente. No tenemos, pues, acceso a los diálogos en los que se ve envuelto. Dialoga pero no sabemos ni de qué ni sobre qué. La cámara se limita a seguirle de lejos. Así pasa una hora de película que es el resumen de muchas horas de vida. No tenemos el más mínimo indicio de que tenga una segunda vida, además de la que se nos muestra, y eso que conocemos todos sus movimientos. Sabemos dónde trabaja, con quién sale, en qué casa vive, lo que hace en su casa cuando llega, lo que hace en las casas a las que va de visita. Le conocemos a él y a su entorno. Lo único que nos es negado es el contenido de sus conversaciones y de sus monólogos -si es que los tiene- y, por tanto, de lo que piensa. Es una especie de observación de tipo conductista. Sin embargo, en un determinado momento todo dará un giro inesperado. Este hombre tiene una vida oculta, clandestina y secreta. El hombre cruza la frontera española y llega al país vasco francés. La cámara le sigue. Sabemos a qué casa va y conocemos a las personas con las que se encuentra y con las que comparte su tiempo. Pero no sabemos tampoco de lo que hablan. De pronto vemos cómo este hombre mata a quema ropa a dos hombres en el aparcamiento de una gran superficie y se da posteriormente a la fuga. Vuelve a España. Deducimos, por el modo que ha tenido de mirarlos -y por la única palabra que se oye con claridad en toda la película- entonces, que el hombre ha sospechado que sus víctimas eran policías españoles. Deducimos que el hombre es un terrorista.
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