Aquel día
tardé en contactar con atención al cliente de Gen__ para finalizar los trámites
de la reparación de una tubería del garaje que nos propició elevadas e
inusitadas facturas de agua. Una de esas vicisitudes que ocurren y forman parte
de las sorpresas con que nos obsequia algún amanecer que otro.
Habíamos
remado mucho para llegar a esas orillas calmas después de que el seguro
reparase la fuga, cuando una amable señorita al otro lado del teléfono me pidió
el número de carné para identificarme como asegurado.
Cuando se lo di,
la gentil operadora creyó identificarme con mi nombre:
-Correcto,
caballero, es usted entonces Pedro Fernández Labrador.
Cuando con la
identificación de mi carné esperaba escuchar como de costumbre mi identidad,
apenas reaccioné al escuchar el nombre de mi padre fallecido hace más de tres
años. Al poco, más consciente de ello, respondí que no era mi identidad sino la
de mi padre. Al momento la amable señorita asintió y dijo que, efectivamente,
mi número de carné de identidad estaba reflejado en la base de datos a nombre
mío. A continuación, despachó mi consulta y nos despedimos.
Al colgar fue
cuando fui aún más consciente de lo extraño que era dar mi número de DNI y que
en la base de datos apareciera el nombre de mi padre, aunque fuera fugazmente
porque luego la identificación fue normalizada. Así que con esa duda sobre un
algo asombroso e indefinible que era escuchar el nombre de mi padre cuando
sabíamos la familia que no se había asegurado allí, tomé el teléfono de nuevo
para llamar a Gen_____ En esta ocasión me atendió otra amabilísima operadora:
-Buenos días,
señorita, le llamo porque acabo de gestionar un siniestro con una compañera
suya y me ha pasado algo harto extraño que necesito aclarar. Al dar el número
de DNI mío, su compañera me ha identificado con mi padre, Pedro Fernández
Labrador, que falleció en marzo del 2020 con los primeros coletazos del
coronavirus.
-Por favor,
dígame su DNI-tomó la iniciativa la amable señorita que me escuchaba con
atención.
Al dárselo
apareció en la base de datos mi nombre de nuevo, sin ninguna mención a mi
padre.
-Muchas
gracias, señorita, así es como debería haber sido al principio. Le ruego que me
comprenda pues estoy muy sorprendido de que haya salido el nombre de mi padre
al facilitar anteriormente mi DNI. ¿Sería usted tan amable de decirme si hay
algún asegurado a nombre de mi padre Pedro Fernández Labrador?
Al poco, con
exquisita afabilidad la operadora me confirmó que, efectivamente, estaba
asegurado un inmueble de 4 plantas en una calle de Leganés a nombre de mi
padre. Lo que me resultó epatante porque mi padre había dejado inmuebles en
herencia, pero que supiéramos la familia, ninguno en Leganés. Así se lo
expliqué a la operadora y le enumeré las sorpresas que me producía todo
aquello:
1-Lo muy
extraño que resultaba dar mi número del DNI en la primera llamada y aparecer el
nombre de mi padre en vez del mío, para que de inmediato la base de datos
reflejara correctamente mi identidad.
2-Llamar por
segunda vez y descubrir que mi padre estaba asegurado en G____ cuando entre sus
documentos no pareció ningún seguro con esta compañía.
3-Además, un
seguro por un edificio de 4 plantas radicado en Leganés, ciudad en la que mi
padre no tenía ninguna propiedad.
4- Si mi padre
había fallecido en marzo del 2020, ¿cómo era posible que siguiera en vigor el
seguro y que se estuvieran pagando los recibos durante los años posteriores y
estuviera listo para renovación?
La mujer se
contagió de mi extrañeza y solidariamente, con una humanidad excepcional, me
sugirió ponerme en contacto con una persona intermediaria que llevaba los
asuntos de mi padre más de tres años después de su marcha. Me facilitó el
teléfono de contacto en tanto tomaba creciente consciencia de que lo que estaba
viviendo poseía un misterio de cariz intimista, tratándose de mi querido padre
que de repente volvía a tomar un marcado protagonismo más allá de la nostalgia
y del recuerdo imperecedero de todos los días.
Inspiré
profundamente y marqué el teléfono del intermediario de mi padre sobre una
propiedad en Leganés de la que nadie tenía la menor noción, según me comentaron
mis hermanos a quienes puse en antecedentes de lo que había sucedido al llamar
al seguro. Me atendió un hombre con quien tuve un rápido intercambio de
información respondiendo con brevedad a mis preguntas, después de narrarle el
porqué de mis indagaciones. La persona que me respondió, también con suma
amabilidad, estaba a punto de recoger a sus hijos del colegio y nos emplazamos
para una hora más tarde con una llamada en la que me ayudaría a solventar mis
dudas.
Previamente me
ratificó conocer a mi padre Pedro Fernández Labrador, aunque quien más le había
tratado era su propio padre que había fallecido en el 2022. Nos dimos
mutuamente el pésame y me comunicó comprender el encadenamiento de extrañezas
que me habían llevado hasta él.
Apenas una
hora después me llamó desde el despacho dispuesto a hojear los expedientes y
documentos relacionados con mi padre y el seguro que se estaba pagando
puntualmente hasta ese mismo momento, más de tres años después de su muerte,
enterrado en soledad y sin poder velarle, como a mi suegro un mes después.
Con afabilidad
dijo recordar a un hombre muy amable que pasaba por el despacho de su padre y
que ese inmueble estaba asegurado durante décadas, aunque se había cambiado
varias veces de compañía de seguros. Además, se extrañó porque pensaba que mi
padre estaba vivo, aunque no recordaba bien la última vez que lo vio en
aquellas esporádicas visitas al despacho.
-Efectivamente,
es Pedro Fernández Labrador que tiene el inmueble en la calle ______ de
Leganés. A unas dos manzanas de mi despacho.
A continuación,
me recitó el DNI de Pedro Fernández Labrador… cuya numeración no
coincidía con el DNI de mi padre. Y ahí el misterio parecía tornarse aún más
sorpresivo porque al decirme la fecha de nacimiento tampoco había
coincidencia y, además, la otra persona que se llamaba y apellidaba como mi
padre, Pedro Fernández Labrador ¡estaba vivo! Por un momento, con esa extraña
confusión de un sortilegio infinito, mágico e inesperado, una sola décima de
segundo creí sentir que Pedro Fernández Labrador volvía a estar vivo.
Pedro
Fernández Labrador era otra persona con la misma identidad formal de mi padre.
Un Pedro Fernández Labrador cuya tumba visitaba con su nombre tallado para
llevarme conmigo la helada vibración de una amargura contenida, porque la
existencia te obliga a formalizarte con la tragedia y a tragarte la pena para
seguir lidiando con los problemas, como fue esa fuga de agua que me llevó
sorpresivamente a mi padre. A veces había tenido sueños de los que me
despertaba con la realidad de mi padre vivo, antes de sucumbir en este mal
sueño que es cada amanecer sin él.
Una vez me
despedí de aquella buena persona que como la operadora se había volcado en
ayudarme, pude recapitular sobre lo que había vivido con un inesperado frenesí
de templanza… ¡cómo expresar las emociones de esos momentos en que perseguí
amorosamente a mi padre!
Aquietado,
examiné los hechos:
1-Llamé para
informarme sobre la reparación de una fuga de agua y al dar mi DNI me
identifican como mi padre. Al instante la operadora al volver a introducir los
números me comunica que en realidad se corresponde con mi nombre.
2-Llamo
extrañado por la aparición del nombre de mi padre y descubro que figura como
asegurado. Lo que no explicaría que al dar mi DNI saliera en la base de datos
él.
3-Me entero de
que el seguro cubre un edificio de 4 plantas ubicado en Leganés y que se siguen
pagando religiosamente los recibos, años después de fallecer mi padre.
4-La operadora
me facilita la localización del broker que se supone intermedia para pagar el
edificio asegurado en Leganés.
5-Redundo en
la extrañeza de que mi padre pague un seguro después de fallecer y en una
localidad donde la familia no conocía propiedad alguna.
6-Con el
intermediario descubro que hay otra persona llamada Pedro Fernández Labrador
pero que no es mi padre y además sigue vivo.
Y me digo que
puede ser que exista una persona que pase por la vida con el mismo nombre y
apellidos de otra. Puede ser que existan esas casualidades y que estén más
cerca de lo que pensamos. Pero no dejo de preguntarme por qué apareció
fugazmente en el ordenador de la compañía de seguros el nombre de mi padre
cuando me estaba identificando con mi DNI… Para luego comprobar que sí existía
un asegurado con el nombre de mi padre creyendo que era él mismo porque… ¿cómo
iba a sospechar que alguien se llamase igual? ¿Es posible tal sucesión de
inteligentes casualidades?
Ignacio Fernandez Candela (ÑTVEspaña)