Resulta intrigante la unanimidad que provoca la obra
de san Juan de la Cruz en todo tiempo y lugar. ¿Cómo es posible que después de
tantos años su presencia, lejos de diluirse, se afiance? ¿En qué consiste su
actualidad permanente? ¿Cuál es la clave que explica su capacidad de diálogo
con el hombre contemporáneo?
¿Cuál es
su secreto?
Lo que san
Juan propone insistentemente es una construcción continua y masiva de esquemas
u operaciones intelectuales libres de contenido. Porque es posible encontrar,
siempre, una representación más abstracta -más libre de concreción aunque nunca
enteramente exenta- que la anterior, capaz de ofrecer, incluso, nuevos matices
intelectivos antes inadvertidos. El proceso es inacabable pues sólo cabe
concebir (no lograr), y, en el límite, una forma completamente exenta de
contenido o vacía.
Hay un
puñado de ideas en su "epistemología" que sólo ahora pueden ser
reconocidas y valoradas. Cada una requiere un comentario aparte pero antes las
vamos a presentar en conjunto.
1) El
proceso cognoscitivo es evolutivo y culminante.
2) La cognición tiene
una componente social fundamental que se
expresa en la relación guía-guiado. Hoy diríamos el mentor o mediador existencial.
3) La
consideración de los errores como fuente de desarrollo.
4) El
problema de los límites del conocimiento.
5) La polivalencia
de sus recursos operacionales: analógicos,
paradójicos, lógico-formales, dialéctico- relativistas,
intuitivos o abductivos.
6) La
vinculación dinámica entre lo ético y lo estético.
7) La
complejidad de la relación mente-materia.
8) La complejidad
dialógica entre el pensamiento y su expresión:
lo que está más acá-más allá del lenguaje.
9) La
dialéctica entre el conocimiento figurativo y el operativo y su adecuada jerarquía evolutiva.
He ahí su
secreto, un triángulo: palabra, acción y pensamiento.
Todo aquél
que construye su vida sobre estos tres vértices, difícilmente sucumbirá a los
embates del tiempo, ni perderá la vigencia, negada a la mayoría de las
biografías conocidas.
("Dos
triángulos son semejantes si los tres lados de uno son respectivamente iguales
a los tres lados del otro", dice un teorema).
¿Qué es lo
que permanece fresco o invariante a pesar de los renuevos, las novedades, los
hallazgos y los descubrimientos?
Nada que
pueda percibirse porque se trata de la raíz armoniosamente dispuesta.
("Si
dos triángulos son iguales, sus ángulos correspondientes son iguales",
dice otro teorema).
Aunque,
probablemente, no deberíamos hablar de triángulos sino de triedros de caras
transparentes, abiertas al espacio infinito.
Las palabras
escritas deben permitir la interpretación y la búsqueda de sentidos nuevos; la
posibilidad de ir más allá de la literalidad mediante una reconstrucción
activa. Palabras que resuenen en el interior de cada uno para ser escuchadas
allí, de nuevo, en sentido propio. Palabras que desencadenen operaciones
cognoscitivas cada vez más complejas, de un orden cualitativo cada vez mayor,
si se quiere mantener lozana la plurisignificatividad sin sentir el escozor
irritante de la incertidumbre proyectada.
No se trata,
aquí, de reducir o deshacer la ambigüedad, tampoco de crearla artificiosamente,
sino de descender graciosamente
a las entrañas del sentido sin mancharlo, alterarlo o apropiárselo.
De la
visita no debe quedar más rastro que el del águila en los aires.
Pero, ¿no
era la cognición, evolutiva y potencialmente culminante? Acaso las formas más
avanzadas de pensamiento no necesitan construirse en la relación social
asimétrica. Si cada etapa prepara la siguiente, ¿cómo no asumir el carácter
creador de los errores de paso cometidos? Señalar los límites nos abre tanto la
posibilidad de rebasarlos como la de aceptar las limitaciones de nuestro
conocimiento presente. ¿En qué momento nos identificaremos con los límites y ya
no será posible, entonces, ir más allá de ellos? ¿Qué sensación nos procurará
ese instante en el que ya no será posible ampliar nuestro campo cognoscitivo?
En la casa
del pensamiento hay muchas moradas pero con dificultad vemos sus conexiones.
Conviven lo lógico-formal con lo dialéctico, lo analógico con lo paradójico, lo
estético con lo ético, lo abductivo con lo estructural, los procesos materiales
y los procesos socio-históricos...Pero, ¿de qué modo?
La
inmarcesibilidad de san Juan de la Cruz está en su epistemología,
insuficientemente explicitada hasta la fecha, debido, probablemente, a su
dificultad o complejidad.
Su
pensamiento es mucho más que dialéctico, es dinámico. Siempre está en
movimiento. Por una de esas situaciones engañosas a las que tanto nos cuesta
sustraernos, se confunde dramáticamente estos dos conceptos, cuando la
dialéctica es sólo una de las expresiones del dinamismo radical del pensamiento
en acción. Hay otras formas de expresión del dinamismo cognoscente que no
tienen por qué reducirse a la dialéctica y menos si ésta es de corte hegeliana.
En san
Juan de la Cruz la búsqueda de oposiciones es constante. Nunca se preconiza, sin embargo,
la síntesis como estado culminante, sino el trascendimiento de un estado
inferior en otro superior, mediante la negación del primero en cuanto modo de conocer
relativamente imperfecto con
respecto al segundo. Así ocurre con el conocimiento figurativo y el operativo.
Si bien se
aspira a un conocimiento de lo absoluto, el conocimiento, en sí mismo, no es lo
absoluto, puesto que es una actividad que siempre tendrá un carácter incierto.
La incertidumbre es aceptada, así, como característica constitutiva de todo
proceso cognoscitivo. ¿Cómo, pues, mediante lo incierto puede alcanzarse la
certeza absoluta? Si es que fuera
posible tal cosa, nunca lo sería de una vez por todas. Tan sólo el continuo
vaciarse, la renuncia constante a aceptar una última versión de lo conocido
impedirá que caigamos en la ilusión de la culminación absoluta: bien sabía él
que los maitines gloriosos tan sólo se alcanzan después de morir. No hay más
meta que la muerte en cuanto principio del reposo absoluto. Quien aspire a lo
más alto debe estar siempre en vuelo, sin dejar, además, rastro alguno de su
vuelo ni a sí mismo ni a otros. Cada vuelo tiene la propiedad de lo único,
irrepetible y virginal.